Una investigación en matemática pura y su trascendencia (y 2)

(Presentación de la investigación “Generalización de un problema tipo Cauchy-Goursat para ecuaciones hiperbólicas…

(Presentación de la investigación “Generalización de un problema tipo Cauchy-Goursat para ecuaciones hiperbólicas no-lineales”, en acto celebrado el 26 de abril de 1983 en el Salón de Conferencias de la Biblioteca de la entonces Universidad Católica Madre y Maestra, de la ciudad de Santiago de los Caballeros).

Pues bien, además de las investigaciones utilitarias existen las pertenecientes a la categoría de las realizadas por Riemman y Lie anteriormente mencionadas, como las de Einstein, Bohr, Heisenberg, y otros prominentes creadores de ciencia; investigaciones a las que no se le ve, en la mayor parte de los casos, una inmediata aplicación al salir a la luz pública por primera vez y que tienden a ser calificadas muchas veces de creaciones ociosas de espíritus aerostáticos.
Sin embargo, estas producciones científicas han echado los fundamentos del desarrollo de los países avanzados porque constituyen el sustrato de sus tecnologías

Algunos ejemplos, entre muchos.  Las técnicas de alto vacío desarrolladas por la física de los aceleradores de partículas se han transferido provechosamente a la industria, la que igualmente se beneficiará, si no es que lo hace ya, de los ultra refinados procedimientos técnicos elaborados para la detección de las ondas gravitacionales relativistas.  La próspera industria alemana de instrumentos ópticos de precisión de principios del siglo XIX se basó en las investigaciones de óptica teórica de Abbe, y la fabricación de los utilísimos sueros terapéuticos fue posible sólo después de haber sido establecida, por E. Behring y E. Roux, vía ciencia pura, la base científica de la sueroterapia ([3], pp. 491-492).  ¿Y los rayos láser? ¿Y los reactores nucleares?, etc.  Todas estas conquistas tecnológicas  fueron posibles porque hubo hombres que por amor a la verdad, estudiaron con ánimo desinteresado los principios científicos en los que ellas descansan.

Escuchemos con atención estas palabras bellamente escritas de José Echegaray, citadas por Santiago Ramón y Cajal ([3], pp.491-492): “La ciencia pura es como la soberbia nube de oro y grana que se dilata en Occidente, entre destellos de luz y matices maravillosos: no es ilusión, es resplandor, la hermosura de la verdad.  Pero esa nube se eleva, el viento la arrastra sobre los campos, y ya toma tintas más oscuras y más severas; es que va a la faena y cambia sus trajes de fiesta, digámoslo así, por la blusa del trabajo.  Y entonces se condensa la lluvia, y riega las tierras, y se afana en el terruño, y prepara la futura cosecha, y al fin, da al hombre el pan nuestro de cada día.  Lo que empezó por hermosura para el alma y para la inteligencia, concluye por ser alimento para la pobre vida corporal”.

Organismos como la UNESCO han reconocido ya – y en eso insisten con frecuente reiteración en la actualidad – que uno de los motores principales del desarrollo autónomo de los pueblos es el de las ciencias básicas.  Sin el cultivo pleno de éstas no existe aquél.  Un ejemplo vivo es el del Japón, país que tiene la capacidad de producir en estos momentos tecnología propia gracias a la primerísima calidad de sus ciencias básicas.

Sentado esto, es evidente, pues, la importancia de fortalecer en las Universidades del país el cultivo de la física, la matemática, la química y la biología, a través de los dos tipos de investigación indicados, cuyos efectos  mediatos e inmediatos irán dando al país, con la velocidad que las circunstancias lo permitan, el poder científico propio para la realización de su desarrollo integral, con la esperanza, añadimos, de que este desarrollo sea dirigido con la intención de la justicia social, del Bien Común y la dignificación del hombre dominicano.

Pero detengámonos por un momento en nuestro mundo universitario de nuestra UCMM [P UCMM] y veamos los efectos producidos en él de investigaciones “aerostáticas” como la de Eduardo.  En primer lugar, hacen pensar a algunos, en razón de que ella no está resolviendo un problema inmediato de interés para muchos, que se le otorga al profesor un privilegio acaso irritante dándole tiempo para realizarla.  ¿Es realmente así? Veamos.  El privilegio se produce cuando se le facilita a alguien el disfrute de una situación impidiéndoselo a otros con igual derecho o cuando se le remunera un trabajo que no beneficia al empleador.  Comparando el caso de Eduardo con otros profesores, la condición privilegiada queda descartada por la razón de que el Centro de Investigaciones ofrece a todos los profesores la misma oportunidad de aceptación de sus proyectos de investigación, cumplidos los requisitos exigidos por él.  Respecto a la Universidad, las palabras de Ortega anteriormente citadas descartan igualmente la condición de privilegio, porque la labor de investigación es de un alto interés para la Universidad a tal punto que constituye su esencia misma.

En segundo lugar, hacen pensar a otros que son un lujo costoso.  Creemos haber demostrado suficientemente con todo lo dicho hasta ahora que investigaciones de esa clase son una necesidad no sólo para la Universidad, sino para el país, y la necesidad excluye la idea de lujo. ¿Costosa? Puede ser y en algunos casos realmente lo es. Pero la idea de la necesidad justifica la inversión económica y la actitud que me parece correcta es la de que se esté siempre en disposición de fomentarla aún en circunstancias de precariedad monetaria. ¡Estar siempre dispuesto, aunque no se pueda! “La buena educación-como dijo nuestro Rector [Mr. Agripino Núñez Collado] en la Cámara Americana de Comercio – aunque costosa, es mucho más barata que la ignorancia”, palabras exactas que podemos aplicar en este caso con el acomodamiento debido.

En tercer lugar, la experiencia de la investigación “aerostática” no se queda confinada en el investigador; éste la irradia en su entorno, iluminando con ella a profesores y estudiantes, y su alcance va más lejos aún, a través de revistas y periódicos. No quiero con esto decir que la irradiación consista sólo de resultados obtenidos; incluso puede estar exenta de ellos. Me refiero más bien a que esa experiencia lo capacita aún más para asesorar las tareas docentes y de investigación que de un modo u otro tienen que ver con su área de interés, aparte del hecho cierto de que amplía los horizontes de su cátedra al mismo tiempo que introduce en el desarrollo de las mismas las modalidades de precisión y rigor lógicos y de alumbramiento intuitivo a que se habitúa en las faenas investigadoras. Como dijo Roberto Oppenheimer en Brasil, en 1953 ([4], p.118): “…estoy seguro que, en ciencia, las personas que enseñan bien son aquellas que transmiten a sus clases el espíritu de sus investigaciones. No todo buen científico es un buen profesor, pero no conocí ningún buen profesor que no fuera un buen científico”.

Estas últimas observaciones las hago con conocimiento de causa, desde la perspectiva de mis vivencias personales de investigador “aerostático”.  En este mismo semestre puse a mis alumnos de Física III tareas  de investigación a su nivel y de ellas resultó un artículo para la revista MAGISTER (*) He podido asesorar con éxito a algunos compañeros profesores en sus investigaciones gracias a las mías propias; además me han permitido calificar, un poco  con apuro, es cierto, para hacer la presentación de este abstruso trabajo matemático de Eduardo. Ahí tenéis, pues, algunas de las beneficiosas consecuencias académicas de las investigaciones pintorescamente denominadas “aerostáticas”, por su apariencia de etérea inutilidad.

El Centro de Investigaciones de la UCMM [PUCMM] ha hecho y sigue haciendo, a mi entender, una muy buena labor que debe prolongar hacia el futuro para bien de nuestra Universidad y del país. El trabajo del Dr. Eduardo Luna que hemos presentado aquí es uno de sus frutos, y frutos de esa excelencia son un timbre de orgullo intelectual para nuestra Universidad.
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(*) Revista de física, matemática, y sus aplicaciones, que se publicaba en la UCMM en las décadas de los setenta y ochenta del siglo XX bajo la dirección de Eduardo Luna y D. Soto Bello.
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FUENTES:
[3] Santiago Ramón y Cajal; Obras Literarias Completas: Editorial Aguilar, Madrid, España, 1969.
[4] José Leite Lópes; La ciencia y el dilema de América Latina: dependencia o liberación (Editorial Siglo XXI, México, 1978).

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