Talento sí corazón…

Las expectativas con relación a nuestra selección nacional de baloncesto están por las nubes y no culpo a ningún fanático por sentirse insuflado con el material que vio entrenar el pasado jueves en el Palacio de los Deportes.

Las expectativas con relación a nuestra selección nacional de baloncesto están por las nubes y no culpo a ningún fanático por sentirse insuflado con el material que vio entrenar el pasado jueves en el Palacio de los Deportes.

Al Horford está clasificado en la NBA, mientras Charlie Villanueva y Francisco García tienen el sello de la mejor liga de baloncesto que existe sobre el globo. Hay otras piezas de valía y también jugadores que ofrecen luz al final del túnel: Edgar Sosa y Orlando Sánchez definen a la perfección el concepto de promesas.

Y en esa tienda por departamentos bien surtida se divisa a distancia la figura de John Calipari, lo más parecido a un Ferrari en esa carrera de Argentina donde habrá muchos carros de lujo.

El garbo es la principal característica en el conglomerado que cargará sobre sus hombros la responsabilidad de clasificar a la República Dominicana hacia las Olimpíadas de Londres 2012.

¿Están ellos conscientes de que un país saturado por papelazos deportivos en playas internacionales espera el 100 por ciento de ellos?
Por más que usted entrene con Phil Jackson, Pat Riley, Bob Knight, Adolph Rupp y el mismísimo Mago John Wooden, hay acciones que no se enseñan, simplemente salen del corazón y elevan al individuo a la cúspide.

Los grandes del deporte han tenido un corazón que supera un millón de veces sus habilidades y por eso han establecido su dominio. A la hora de la verdad no se apretaron y les dolía bastante la franela que representaban.

Muchos pudieron ser, más murieron en el intento. Muchas herramientas. Nada de valor. Fin de la historia.

No hemos hecho nada en baloncesto. Pero absolutamente nada. Sueño con que un día nuestro orgullo levante vuelo alto en la disciplina de James Naismith, donde otros países sacan notas meritorias, empezando por los vecinos de la Isla del Encanto.

Fue el mismo Wooden que advirtió: “El talento lo da Dios, sea humilde. La fama la concede la gente, sea agradecido. El engreimiento se lo da uno mismo, tenga cuidado”.
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