Por la búsqueda permanente en la gestación de un lenguaje con expresividad propia, su disciplina y respeto por su trabajo, hemos fijado la mirada en el artista Ruddy Taveras. Oriundo de un espacio en el Noroeste donde el sol ofrece sus mejores vistas, tierra entre ríos cual Mesopotamia que emana buenos frutos: Mao, Valverde.
Sus estudios en artes plásticas inician temprano. Experimentando desde la casa; entre líneas y colores, con el tiempo abandona su ciudad para asistir a la Escuela Nacional de Bellas Artes. Sin embargo, podríamos asegurar que estamos ante un artista esencialmente autodidacta: seguro de su trabajo y de sus objetivos con el arte.
El espectro temático de sus obras traspasa lo sensitivo para guiarnos a lo ritual, hasta crear una afirmación entre el objeto representado con la realidad. Esta dualidad nos remite a la inquietud intelectual y creativa del artista en la representación plena de las percepciones y sus circunstancias a partir de un hiper-realismo muy acentuado.
Asistimos a un arte que, hasta cierto punto, parece apelar a respuestas enteramente triviales, en la representación de sensaciones placenteras y totalmente fieles a la realidad. Las mismas conservan un trasfondo que nos permite estar conscientes de que sólo se trata de una forma de creación insólita, perceptible por la planimetría en el fondo del cuadro.
La sucesión vertiginosa de imágenes producidas por el artista, permite al espectador ser testigo de una dinámica movida por la sensible atracción que le produce no sólo su forma de creación plástica, sino también el método empleado en la representación. Porque asumimos que sus trabajos devienen producto de una forma de plasmar la realidad más exactamente que lo que el ojo pueda ver. En ese sentido, Ruddy Taveras ha asumido el reto de la experimentación técnica hasta ir armando una estructura cada vez más perfecta y equilibrada. Faltarían algunos elementos que permita a sus creaciones, cierto aire identitario que legitimen su labor en el contexto artístico nacional.
