Ramón Oviedo en el Centro Cultural Mirador

Con frecuencia sufrimos de emitir juicios de valor sobre una obra en particular. Sin embargo, es casi una necesidad conocer más de una pieza para entrar en categorías estéticas en función de lo que apreciamos. Todo esto viene a colación porque…

Con frecuencia sufrimos de emitir juicios de valor sobre una obra en particular. Sin embargo, es casi una necesidad conocer más de una pieza para entrar en categorías estéticas en función de lo que apreciamos. Todo esto viene a colación porque desde hace buen tiempo hemos sabido por muchos del vínculo inexorable entre la producción visual de dos grandes de la pintura: por un lado, el maestro de origen andaluz Pablo Picasso y, por otro, el dominicano Ramón Oviedo.

Muchos al leer esto pensarán que soy jactanciosa, pues con regularidad es apreciable que resulte pretencioso citar uno de los nuestros conjuntamente con un maestro como Picasso, pero no es acaso nuestro deber en funciones de crítico de arte practicar con la palabra hasta lograr de ella una poética que permita reconocer los elementos que hacen de un cuadro una obra de arte, más todavía, nos corresponde a nosotros legitimar el trabajo artístico de quienes lo realizan. De ahí que nos apoyemos en los fundamentos de la forma y más aún de la estética como filosofía del arte.

Por todo lo anterior nos atrevemos a confirmar que es Ramón Oviedo un ente capaz de asumir a través del lienzo una realidad propia, en la que refleja a través de un estilo o la combinación de ellos escenas que con palabras sería hasta cierto punto difícil de expresar por no decir imposible, pues sus configuraciones revelan episodios de su vida pasada, ya que sus ojos han tenido que afrontar y padecer la oprobiosa dictadura del régimen trujillista y, por si fuera poco, fue testigo fiel de la Revolución de Abril de 1965.

Siendo el arte una de las formas por excelencia para expresar los pensamientos más profundos, incluso, la verdad entre líneas en función de la experiencia, entendemos que al tener de frente a una de las obras de Oviedo, tanto la fuerza del trazo como la viveza del color nos desvían del detalle, no obstante, al acercarnos, detrás de las transparencias y las texturas se esconde una realidad viva y latente que mucho tiene que ver con nuestra historia. Continuará.

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