Preparémonos para un período de bajo crecimiento

Aunque todavía quedan por definir importantes aspectos del ajuste fiscal en los Estados Unidos, todo parece indicar que una parte muy significativa de éste se hará a través de severos recortes del gasto público.

Aunque todavía quedan por definir importantes aspectos del ajuste fiscal en los Estados Unidos, todo parece indicar que una parte muy significativa de éste se hará a través de severos recortes del gasto público.

Esto, a pesar de que el gobierno federal de ese país tiene una elevadísima capacidad de endeudamiento, y de que los sectores más ricos disfrutan de una cuestionable cuantía de beneficios tributarios.

Ambos, la deuda y el restablecimiento de los gravámenes que el gobierno de George W. Bush quitó a los más ricos podrían ayudar a costear el fuerte déficit fiscal de ese país y contribuir a sostener el gasto público, en especial el que financia los programas sociales federales como el Medicare y el Medicaid. Con ello, el gobierno federal pudiera apuntalar la demanda agregada y sostener el crecimiento, aún sea débil, de la producción y el empleo. Esa es la mayor urgencia del momento.

Desafortunadamente, la fuerza política de quienes creen en un Estado pequeño, poco solidario, y limitado a labores de una mal llamada “defensa nacional” y de protección de los derechos de propiedad, se está imponiendo sobre una que apostaría a un Estado activo en el logro del pleno empleo y en la protección de la población más pobre y vulnerable. Que no quepa la menor duda: el gobierno estadounidense tiene muchas alternativas abiertas, y no hay límites económicos extraordinariamente duros para el cierre a mediano y largo plazo de las cuentas fiscales. Lo que existe es límites políticos acicateados por una visión ideológica de un Estado mínimo y por intereses económicos que perciben bonanza en un marco de desregulación y contracción estatal.

Para la economía de los Estados Unidos, el resultado de este ajuste será una segunda zambullida en la recesión, luego de una primera de la que apenas se salió técnicamente. Y esa zambullida promete arrastrar a una parte importante de la economía mundial.

En economías como la dominicana, pequeñas y abiertas, estrechamente vinculadas a los Estados Unidos (o a otras economías desarrolladas en recesión), el impacto recesivo apunta a ser mayor. En este tipo de economía, la capacidad de crecer depende críticamente de la disponibilidad de divisas, debido a que la mayoría de los bienes de inversión y de los insumos intermedios, y una parte importante de los bienes de consumo son importados. Aunque en el corto y mediano plazo, el crédito puede llenar la brecha externa, en el largo plazo es la capacidad exportadora y la de competir en el mercado doméstico con las importaciones la que provee el espacio necesario para crecer y crear empleos.

En el caso dominicano, el impacto podría ser muy alto debido a la elevada proporción de exportaciones que se dirigen a ese mercado y a la elevada proporción de turistas que vienen de ese país. La escasa diversificación de nuestros destinos de exportación y la ausencia de una visión y de un compromiso real de Estado para con la producción y las exportaciones ha comprometido la capacidad de crecer a largo plazo y ha hecho vulnerable la economía.

En ese escenario, la política pública debe prepararse para operar, en los próximos años, en un marco de lento crecimiento (comparado con el visto en años recientes), de restricción externa y de restricción fiscal.

En ese contexto, sus objetivos de mediano y largo plazo deberían redirigirse hacia el fortalecimiento de las capacidades productivas y competitivas, y de generación y ahorro de divisas para restaurar el espacio para crecer, mientras en lo inmediato protege a la población más pobre y vulnerable a través de una política social agresiva que contribuya simultáneamente a expandir las capacidades humanas y la productividad de las personas.

Lo importante no puede esperar. 
El autor es economista
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