Palomito

podría jurar que en los siete añitos que vivió, Randy Beltrán, asesinado por cinco adolescentes, no hizo tanto como ir a la escuela o jugar “trúcamelo”, “el pañuelo”, “bolitas”,

podría jurar que en los siete añitos que vivió, Randy Beltrán, asesinado por cinco adolescentes, no hizo tanto como ir a la escuela o jugar “trúcamelo”, “el pañuelo”, “bolitas”, “el topao” ni “Matarile”. Presumo que tampoco pudo entretenerse con modernidades como los juegos electrónicos. Lanzado al palomaje, en lugar de reglas escolares o de juegos, conoció las de la calle, para sobrevivir. Aprendió a “buscársela” de semáforo en semáforo y, como todo un hombrecito, ganarse unos pesos. Nunca imaginó que su precoz fogueo, consentido por sus progenitores, lo colocaba en el trayecto de la muerte. Primero que de sus asesinos, ese niño, mayormente pobre de cuidado, fue víctima de adultos irresponsables, y de esta indolente sociedad también.

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