En nuestra fábula imaginada, la protagonista expresa: “Recargábamos las plumas fuentes con tinta, en lugar de comprar una nueva, y cambiábamos las hojas de afeitar, en vez de botar al zafacón toda la afeitadora, sólo porque la hoja había perdido su filo”.
Vi adultos “asentar” el filo de las navajitas Gillette en un vaso de vidrio…solo para reusarlas. Servían además para sacar punta a los lápices sin el “sacapuntas” eléctrico. “Pero… ¡no teníamos una onda verde por entonces! En aquellos tiempos, la gente tomaba el tranvía o una guagua y los niños iban en sus bicicletas a la escuela o caminaban, en lugar de usar a mamá como un servicio de taxi de 24 horas”.
¡Cuántos iban en burros o caballos, en carretas y hasta en coches! Hoy, la proliferación de motocicletas japonesas y chinas (burros motorizados y estériles, quizás como venganza oriental por los holocaustos atómicos de Hiroshima y Nagasaki) lo llenan todo de ruidos, humos y aceites, caracterizando campos y ciudades. “Teníamos un solo “enchufle” en cada habitación, no un banco de tomacorrientes para alimentar una docena de artefactos”.
Cuando no había luz eléctrica, nos alumbrábamos con velas, “jumiadoras” o lámparas de gas y no existían inversores; no temíamos a las emisiones de gases ácidos, ni había que desechar baterías cuando inútiles, llenando de plomo cada espacio.
“Y no necesitábamos un aparato electrónico para recibir señales de satélites a miles de kilómetros de distancia en el espacio para encontrar la pizzería más próxima. Así que ¿no les parece lamentable que la actual generación esté llorando por lo “botaratas” que éramos los viejos, por no tener esta onda verde en nuestros tiempos?”
Como la comunicación era tan “primitiva”, el contacto personal tenía el “obsoleto” calor humano y percibíamos al otro de manera directa sin precisar de un BB para intercambiar ideas. Tampoco había preocupación por qué hacer con la batería gastada; botar pilas descargadas de focos y radios era un acto mecánico de autodestrucción obligada.
Se usaban “cantinas” para llevar comida, recipientes de aluminio que se reusaban hasta el infinito y no platos de “foam” que duran “ma que un loco” y que la naturaleza no logra destruir, sirviendo como especiales tapones para desagües y como flotadores eternos sobre aguas de cualquier clase. Bañarse en el aguacero solo implicaba el disfrute infinito de la muchachada y el riego marginal de la cacá de pájaros y palomas, con el sucio acumulado en techos y no la “lluvia ácida” y esto solo para el “carajito” urbano.
Las cosas se calentaban en tres piedras, una parrilla, fogón o anafe y no había riesgos para embarazadas con las “micro ondas” ni precisábamos de un dragón tragacorriente para calentar una taza de café. Pero es absolutamente cierto que…¡no andábamos en la onda verde! Amigo lector, comparta esto con otra persona mayor, a la que piense que le hace falta un “boche” de parte de un cretino, como lección sobre conservación.
César Nicolás Penson es empresario