El pasado jueves asistimos a un derroche de color en el salón de la rotonda del Palacio Nacional de Bellas Artes, y es que el prodigioso Alberto Bass nos ha sorprendido con una nueva propuesta cargada de misticismo, realidad, elementos cotidianos y un inusitado conjunto de obras que revelan una evolución temática, conceptual y hasta técnica del artista, donde se produce una combinación de estilos naciendo así, de lo abigarrado, de lo entremezclado entre la realidad y la fantasía, un cuerpo cromático y compositivo que nos revela y transmite nuevas emociones y pasiones de este virtuoso por su arte.
En misceláneos, se produce una variada, pero interesante combinación de elementos, pues el artista lo mismo presenta vegetales, que tapa-bocinas, velones a color que un fragmento de puerta corroída y cerrada con un candado,… un aspecto importantísimo en todo esto es que Bass se apropia de la fotografía y, habiendo logrado captar con el lente escenas cotidianas sumamente dramáticas y desde el punto de vista artístico de un gran valor estético. En su búsqueda constante de nuevos elementos para la pintura, aquello que en un momento se presentó como esencia plástica, el creador lo transforma en una nueva y recreada pieza que le permite al espectador, a través de la pintura, ser testigo de un universo compositivo plural, a veces subjetivo y otras muy objetivo en relación a la situación que invade al artista y a la sociedad de la cual es parte.
Son pocos los artistas que como Bass transmutan en sus piezas los aires más profundos y arraigados de la dominicanidad, en sus temas habitan las carencias y privaciones que se viven con frecuencia en los barrios y pueblos. En buena parte de su producción visual nos hallamos con objetos o escenas que serían difíciles de encontrar en otros espacios, lo que convierte sus obras en mensajeras por excelencia de la identidad nacional. La muestra permanecerá hasta el 2 de junio.
