La campaña electoral que en principio se perfilaba como de baja competitividad, cobra un curso en el cual los actores tienden a reconocerse, bajo el convencimiento de que la batalla por el poder no será fácil para nadie.Sin embargo, esa comprensión no impide que se observe el desarrollo de un proceso inédito, de las prácticas políticas al interior de los partidos en los últimos años.
Si se pudiera sintetizar con una palabra ese proceso, la más adecuada sería quiebra. Si bien en el mayor partido no hubo rompimiento, sufrió estremecimientos, fricciones y erosiones que pusieron a riesgo su integridad. Sin embargo, está empezando a verificarse la cohesión mínima que le permitirá un desempeño adecuado en las elecciones.
En el otro extremo, la ruptura marcó la otrora más poderosa organización, de la cual surgió el agrupamiento que hoy se proyecta como la principal fuerza contendora del partido mayoritario.
Al mismo tiempo, esos factores han permitido que surja una nueva fuerza política negadora de los partidos tradicionales, y según las encuestas muestra una tendencia al crecimiento, lo que sugiere que pudiera alcanzar una aceptable participación electoral.
Otros actores siguen reproduciendo sus esquemas como entes circulares en todos los procesos electorales, sin indicadores de avances, reafirmándose como una expresión de un parasitismo político que se inserta en el sistema electoral cada cuatro años.
Ese panorama refleja lo que de manera muy general se comenta como “crisis del partidismo”, cuya principal característica en esta etapa es la falta de democracia en su administración interna.
Las principales agrupaciones han conformado sus boletas mediante fórmulas negociadas, que niegan el derecho de participación de los militantes. A mediano plazo, esa práctica resultará insostenible.
Salvadas momentáneamente las dificultades generadas por el desconocimiento de los derechos políticos de los ciudadanos, nadie garantiza que mañana no sean presenciadas nuevas fracturas.
Se habla acerca de la reinvención del partidismo, pero no habría que ser demasiado creativo para lograrlo. Sencillamente, las cúpulas partidarias tendrían que entender que deben privilegiar los procesos democráticos, donde la gente tome sus decisiones, y sean respetados los derechos de elegir y ser elegidos.