Los hermanos que caminaron 3.000 kilómetros solo por aventura

De Gelsenkirchen a Calcuta. Ocho meses, 7.500 kilómetros; de ellos, 3.000 a pie. Los hermanos alemanes Marcel y Marlon Stavinoga emprendieron el…

De Gelsenkirchen a Calcuta. Ocho meses, 7.500 kilómetros; de ellos, 3.000 a pie. Los hermanos alemanes Marcel y Marlon Stavinoga emprendieron el pasado mes de abril una aventura llena de variados momentos.

Marcel, de 26 años, dejó trabajo y piso, y su hermano, Marlon (21), buscó la libertad antes de comenzar la Universidad. Partieron en abril del año pasado con 60 kilos de equipaje en la espalda, sólo con lo más necesario: prendas de vestir, un hornillo de gas, sacos de dormir y una tienda de campaña. A la familia y amigos los tenían al corriente de todo a través de Internet.

En el viaje, las barbas se espesaron y el pelo rubio creció. Y la acogida no fue siempre cordial. En Bulgaria, un hombre salió de un auto y amenazó a Marcel con una pistola. Hasta ahora no sabe qué quería el desconocido. Pudo escapar a tiempo de la peligrosa situación.

En Turquía, al borde del tristemente célebre territorio kurdo, los caminantes fueron recibidos por niños con una granizada de piedras, por lo que tuvieron que escapar.

Pero también tuvieron que enfrentarse a los fenómenos de la naturaleza. En Bulgaria, los hermanos vivieron una tormenta de una violencia hasta entonces desconocida para ellos. «Tuve miedo de perder la vida», admitió Marlon, que supera claramente en estatura a su hermano.

Avanzaron a un ritmo de 25 a 40 kilómetros diarios. En los pies se formó rápidamente una callosidad protectora. Las capas de grasa se convirtieron en músculos y pronto desaparecieron los dolores iniciales en los hombros.

Tras cuatro millones de pasos, contabilizados en un aparato, se acabó el caminar: en la frontera con Irán comenzaron a utilizar auto y avión.

Para el país vecino de la India no lograron obtener visado porque la embajada alemana en Teherán consideró demasiado peligroso el plan de los dos hermanos. En avión volaron entonces de Teherán a Nueva Delhi.

Lo que perdura en el recuerdo pese a los peligrosos momentos fue la gran hospitalidad: personas desconocidas les invitaban constantemente a una taza de té o a cenar. «Fue algo increíble. La hospitalidad nos acompañó en todo el viaje. Los turcos superaron a los griegos y los iraníes a los turcos», cuenta Marcel. «Pero después de Turquía y por un tiempo no podíamos soportar más el té negro», ríe Marlon, harto de la dieta.

Rara vez gastaban más de seis euros (unos ocho dólares) al día. Pese a gastos de hotel y pasajes de avión, los hermanos vivieron ocho meses con 3.000 euros (unos 4.000 dólares).

Un recuerdo inolvidable les dejo Varanasi, lugar de peregrinación a orillas del río Ganges. Los hindúes creyentes acuden allí para morir y luego sus cenizas son arrojadas al río. Pero la basura, las masas de gente y los cadáveres quemados fueron pronto demasiado para los hermanos. «Fue una dura vivencia», dice Marcel con mirada seria.

La disputa entre religiones la vivieron literalmente en su propia carne los hermanos en Varanasi con la onda expansiva de un atentado con bomba: 20 personas murieron en la explosión. Dos minutos antes habrían sido ellos mismos también víctimas del atentado.

Así, al final, los hermanos estuvieron contentos de poder volver a su ciudad, Gelsenkirchen, en la Cuenca del Ruhr, en el este de Alemania.

En su largo caminar tuvieron mucho tiempo para reflexionar y disfrutar de su libertad. Pero Marcel y Marlon aprendieron también de nuevo lo que es el lujo. «Café de filtro, de vez cuando patatas fritas, un ducha caliente o una cama», dice Marlon. Y su hermano añade: «Y bocadillos de queso».

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