“A muerte fiel a muerte convidada”

Frutéceme, Señor, y me acontece, que no puedo, Señor seguir trotando. Me ronda por la edad, por tantas cosas, la parca fiel que…

Frutéceme, Señor, y me acontece, que no puedo, Señor seguir trotando. Me ronda por la edad, por tantas cosas, la parca fiel que en sueños me visita. De tal suerte, Señor, quienquiera seas o puedas ser, Señor -si acaso eres-, que mal me siento, Señor, y arrepentido, y no quiero, Señor, por tantas causas, que te ofendas, Señor, por si las moscas.

El duende juguetón que me asimila, este vicio terrible de escribir, me  baila, me castiga, me acogota, me deprime, Señor, me llena de cansancio visceral, me niega, me obnubila, me jubila, me enciende a veces de tímido placer, y como el mar me llena de tanto agradecer. Pero no me deja dormir, Señor.

Definitivamente hoy no estoy para estas vainas de escribir. Pienso en la muerte. La muerte fiel, la muerte convidada de Roque Dalton. La muerte que me ronda como un trompo cuando de noche bajo al jardín encantado de la paterna y más materna casa, frutales y helechos y filodendros, la tumba de mis perros donde evoco a los muertos familiares, amigos idos a destiempo, con los cuales dialogo, mascotas cuyas ánimas salen siempre a jugar con las mascotas vivas y vuelven a mis brazos. En momentos de desamparo pienso en la muerte de la que habló Quevedo, el cojitranco matachín:  Miré los muros x Miré los muros de la patria mía, / si un tiempo fuertes ya desmoronados / de la carrera de la edad cansados/ por quien caduca ya su valentía. / Salíme al campo: vi que el sol bebía / los arroyos del hielo desatados, / y del monte quejosos los ganados / que con sombras hurtó su luz al día. / Entré en mi casa: vi que amancillada / de anciana habitación era despojos, / mi báculo más corvo y menos fuerte. / Vencida de la edad sentí mi espada, / y no hallé cosa en que poner los ojos /que no fuese recuerdo de la muerte. En momentos de valentía o cobardía pienso en el supuesto anónimo sevillano: ¡Oh Muerte ! Ven tan callada como sueles venir en la saeta. O en los famosísimos y felicísimos versos que celebran la muerte como ocasión festiva: Ven muerte tan escondida/ que no te sienta venir /porque el placer de morir / no me torne a dar la vida,  En momentos de desolación  pienso en Rubén Darío y su versión de “plátano maduro no vuelve a verde”:

Canción de Otoño en Primavera

Juventud, divino tesoro,  / ¡ya te vas para no volver!  / Cuando quiero llorar, no lloro… /y a veces lloro sin querer… Y pienso en Rubén Darío cuando escribe el poema más fatalista de la literatura sudamericana:

Lo Fatal
A René Pérez

Dichoso el árbol que es apenas sensitivo, / y más la piedra dura, porque ésta ya no siente, / pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo,  / ni mayor pesadumbre que la vida consciente. / Ser, y no saber nada, y ser sin rumbo cierto, / y el temor de haber sido y un futuro terror… / Y el espanto seguro de estar mañana muerto, / y sufrir por la vida y por la sombra y por / lo que no conocemos y apenas sospechamos,  / y la carne que tienta con sus frescos racimos / y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos, / ¡y no saber adónde vamos, /ni de dónde venimos…!

Pienso, con dolor propio y ajeno, en Jorge Manrique y las desgarradoras coplas por la muerte de su padre:

Coplas por la muerte de su padre

Recuerde el alma dormida, / avive el seso y despierte Contemplando / cómo se pasa la vida, / cómo se viene la muerte/ tan callando, / cuán presto se va el placer, / cómo, después de acordado, / da dolor; / cómo, a nuestro parecer, / cualquiera tiempo pasado /fue mejor.

Pienso en Gil de Mena,  que me parece un poco tremendista y de la vida sólo recuerda el final, aunque nadie nos quita lo bailado, como dicen los mejicanos:

No volveré a ser joven

Que la vida iba en serio / uno lo empieza a comprender más tarde -como todos los jóvenes, yo vine / a llevarme la vida por delante / Dejar huella quería / y marcharme entre aplausos / -envejecer, / morir, eran tan sólo/ las dimensiones del teatro. / Pero ha pasado el tiempo / y la verdad desagradable asoma: / envejecer, morir, / es el único argumento de la obra.

Pienso en Domingo Moreno Jimenes, en La hija reintegrada  y en su poema fundamental, Su majestad la muerte, en  la fidelidad de la muerte, esa amante que nadie nos puede arrebatar:

Hendido así, / de cara al Cosmos, / lo vemos más cuando se rinde / en lo incomprensible; / cuando es halo y no cuerpo, / cuando es luz y no vida. / Pasa como si se perdiera hundiéndose en nosotros; / y lejano y cerca de las cosas, / vuelve y vuelve, / pero no lo vemos, / sino que lo advertimos muy junto / y como desleído en nosotros. / El rayo iba a caer, pero no cayó, / sino que quedó suspendido entre Dios y nosotros. / Ahora vive en el agua; / y en el niño que nos desconoce; / y en la pisada tenue de la brisa; / y en la religiosidad que nos arcana el dolor; / yen la alegría superflua de todo humano triunfo; / y en el goce mentido de la caricia de la tarde; / y en la angustia compasiva de la ansiedad; / y en el instante que se soñó un milenio; / y en el milenio que fue un instante. / Quedó prendido en el cordaje de Dios, como nota / que desnivela el tiempo, / que contrae el mundo hacia el átomo, / y que en un átomo vuelve a recrear el mundo./ ¡Tan asequible y tan lejano! / ¡Tan perdido y tan nuestro! / Ya no es de su esposa, ni de sus hijos, ni de su madre, / sino mío y de todos… / La muerte tentó a Dios; / y los muertos no tienen estado, no tienen / dimensión ni tienen domicilio. / Los muertos son libres como el aire, y aún más. / Nadie puede huirles; nadie es capaz de aprisionarlos; / se salen de las manos del amor; / miran al bien como un extraño; / el rostro del mal desconocen; / poseen una conciencia tan consciente que llega a los / linderos de la inconsciencia, / y Dios no los alcanza, porque toman su forma / informe y su silencio desonoridades desoídas.

Pienso finalmente, en momentos de nostalgia, en César Pavese. En una imposible novia sarda de ojos  verdes  que amé hace cuarenta años. En el memorable poema Vendrá la muerte y tendrá tus ojos. La muerte que se me antoja maravillosa:

Vendrá la muerte y tendrá tus ojos / esta muerte que nos acompaña / de la mañana a la noche, insomne, / sorda, como un viejo remordimiento / o un vicio absurdo. Tus ojos serán una palabra vana, / un grito acallado, un silencio. /Así los ves cada mañana / cuando te inclinas sola ante el espejo. / Oh querida esperanza / también nosotros aquel día / sabremos que eres la vida y eres lanada! / La muerte tiene una mirada para todos. / Vendrá la muerte y tendrá tus ojos. / será como abandonar un vicio, / como ver que emerge de nuevo / un rostro muerto en el espejo, / como escuchar un labio cerrado. / Descenderemos, mudos, al abismo.

Puedo escribir los versos más tristes este día. No sé por qué. Quizás por lo que dice el poeta Jóvine. Porque “hay días que sólo se merecen que uno se les muera”. Hoy no estoy (metafóricamente hablando) para estas vainas de vivir.

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