Las estatuas derribadas, de Diógenes Valdez

Quienes siguen las tendencias de la novela contemporánea, tanto la local, pujante, vigorosa y sorprendente; como la global, andrógina, nihilista y desencantada, no podrían extrañarse de los alcances estéticos y humanísticos presentes en Las…

Quienes siguen las tendencias de la novela contemporánea, tanto la local, pujante, vigorosa y sorprendente; como la global, andrógina, nihilista y desencantada, no podrían extrañarse de los alcances estéticos y humanísticos presentes en Las estatuas derribadas, texto magistral del laureado escritor dominicano Diógenes Valdez. Aunque los editores promueven la novela como el intento de plasmar “un amplio retrato de la notable poetisa puertorriqueña Julia de Burgos”, el lector se encuentra con la reconstrucción narrativa de toda una época, en la que la barbarie y la crueldad cohabitan con el amor  y la solidaridad. La sufriente vida de la autora de Poemas en veinte surcos sirve al narrador para imbricar una constelación de biografías noveladas, auténticos retratos de hombres y mujeres de existencias truncadas por dictaduras, guerras, cárceles, exilios y miserias materiales y espirituales. Esa trágica mitad del siglo XX, con dos guerras mundiales,  el desangramiento de las naciones europeas y la confrontación fraticida en España, coinciden históricamente con cruentas dictaduras como la de Trujillo en República Dominicana. Bajo las patas de esos caballos apocalípticos caen los personajes de Las estatuas derribadas. Julia, motivo de cotilleos en tertulias literarias y políticas por sus relaciones sentimentales y amistosas con grandes dominicanos como Jimenes Grullón y Bosch, comparte pasiones devoradoras como el amor desenfrenado, el sueño independentista y la poesía. Todos los actores de la obra son apasionados. Artistas, poetas, sicarios, espías, políticos y religiosos, van desesperadamente detrás de sus sueños y sus metas. Un joven médico aristócrata, iniciando la dictadura trujillista, viene graduado de la Sorbona de París a conspirar contra la primera reelección del tirano en 1934. Es detenido y va a dar con sus huesos al manicomio de Nigua, donde conoce  al barítono Brito y al periodista  González Herrera, entre otros desdichados. Recupera  “milagrosamente” su libertad y huye al exilio entre Miami, New York, Cuba y Puerto Rico, conociendo la miseria y el amor de Julia, protagonista de esta novela.

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