In fraganti

Más que una enfermera, ella parecía electricista. Pero esa apariencia no se la daba ningún atuendo, ni el uso de herramientas, pues nunca fue vista con alicates, destornilladores, ni  cascos protectores.

Más que una enfermera, ella parecía electricista. Pero esa apariencia no se la daba ningún atuendo, ni el uso de herramientas, pues nunca fue vista con alicates, destornilladores, ni  cascos protectores.

Ella siempre vestía de blanco, como todas las enfermeras, incluso lo hacía de un blanco  impecable, tan impecable que parecía un  percal. Su equipaje era de uso exclusivo para su labor de enfermería. Termómetros, bajantes de suero, torniquetes, jeringuillas y gasas adornaban su bandeja.

Sin embargo, había algo que la identificaba como electricista lo que inquietaba a todas sus compañeras de labores en el hospital. Aunque mucha gente le asociaba al oficio de electricista, sin aparente motivos, en realidad ese mote le había llegado por comentarios, chismes y susurros de pasillos.

Atrapada

Fue un jueves en la noche cuando se desentrañó el misterio.

La “distinguida” dama se había quedado más tarde de lo común, incluso cuando ya había llegado su relevo, lo que generó cierta suspicacia entre el personal nocturno que tomaba las previsiones para otra “mala noche”, por la gran cantidad de pacientes internos que había en el hospital.

Fue un repentino apagón en uno de los baños que generó el detonante, pues se apagó la luz sólo en ese lugar.  En pocos segundos se apagó otro bombillo en el pasillo más cercano y ahí fue que sorprendieron a la enfermera.

Ella con la velocidad del rayo se dedicaba a cambiar bombillos buenos para poner “bombillos quemados”, movimiento que hacía más rápido que un especialista. “Qué haces, Mirqueya”, le preguntó su colega Bertha al sorprenderla in fraganti. “Aquí cambiando este bombillo quemado, pues nadie se ocupa de arreglar las cosas en este hospital”, le respondió nerviosa la enfermera.
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