Hillary-Trump

El debate entre los candidatos demócrata y republicano en Estados Unidos ha dejado una extraña sensación sobre lo que podría ocurrir en las elecciones del 8 de noviembre.

El debate entre los candidatos demócrata y republicano en Estados Unidos ha dejado una extraña sensación sobre lo que podría ocurrir en las elecciones del 8 de noviembre. Parecía una fácil elección entre una persona como Hillary Clinton y el magnate Donald Trump. No sería sólo por las ideas que los separan, sino esencialmente por la formación, educación, visión y experiencia de Estado de uno y de otro.

Pero esa es una convención que en tiempos díscolos quizás no tiene mucho valor. Los pueblos votan, aún en una democracia madura como la norteamericana, de cualquier manera, siempre que la oportunidad les permita expresar sus sentimientos o aspiraciones.

No siempre se ejerce el sufragio por lo mejor, sino por lo menos malo. Ahora se trata de una competencia entre una intelectual y estadista y un rústico empresario de concepciones cada vez más desconcertantes e impredecibles. Un díscolo.

Trump concuerda con manifestaciones en algunos sitios de la Tierra donde la gente vota por el absurdo, desde una perspectiva del rechazo. ¿Acaso la sociedad norteamericana podría derrumbarse por un despeñadero semejante? Las propuestas de D. Trump podrían encajar en las mismas mentes que anidaron las ideas del Tea Party. Trump no se afirma en las élites dominantes del Partido Republicano, que es sólo una franquicia para correr con sus ideas y propósitos. Pese a todas las revelaciones, sus concepciones cuestionadas hasta por el establishment republicano marchan con un consistente porcentaje de aprobación inconcebible en medio de tantos ditirambos. Eso no tiene encuadre.

Igualmente desconcertante es el desempeño de una mujer asumida como brillante, que acusa una inconcebible debilidad frente un competidor tan vulnerable.

Los influjos de las migraciones, en unos países más que otros, los cambios en los mercados, la correlación de fuerzas a nivel global, las nunca satisfechas demandas de mejorías (pese a lo que ha significado Obama, que rescató la economía tras el desastre dejado por los Bush), pueden estimular la creencia de que un hombre del temperamento de Trump podría significar un “resurgimiento” de EEUU. Pero otro enfoque permitiría visualizar el papel de EEUU, mediante un liderazgo dialogante y práctico. Razonablemente, Clinton podría hacerlo.
Corresponde a los norteamericanos identificar dónde se afirma el futuro.

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