Formalizar el trabajo doméstico

Todo parece indicar que tarde o temprano se promulgará una ley destinada a favorecer los derechos de los trabajadores domésticos en la República Dominicana. Y con gran orgullo se publicarán cosas como ésta: “los empleadores ya están obligados&#823

Todo parece indicar que tarde o temprano se promulgará una ley destinada a favorecer los derechos de los trabajadores domésticos en la República Dominicana. Y con gran orgullo se publicarán cosas como ésta: “los empleadores ya están obligados a pagar vacaciones, horas extras y cesantía al servicio doméstico. Qué gran alivio para esta pobre gente. Por fin se hizo justicia”.

Lo mismo se podría formular de manera distinta: “desde ahora en adelante, los hogares acaudalados que tenían cinco sirvientes, se quedarán con tres; los menos pudientes, que antes tenían dos, contratarán a una interina tres veces por semana; y los más pobres prescindirán de esta ayuda. Y miles de personas, dispuestas a trabajar por un salario bajo, con tal de dormir bajo un techo con teléfono, televisión, desayuno, comida, merienda y cena, y recibir de vez en cuando el regalito “extra” de la doña, tendrán que buscar otra alternativa”.Pero esto último suena fatal. Así que la primera publicación es la que aparecerá por todas partes. Además, porque quienes proponen este tipo de medidas suelen estar tan enojados con la vida, que son mucho más ruidosos en los medios a la hora de defender sus razonamientos errados. Los analistas más sensatos reconocerán de inmediato que están frente a una ley que confunde los objetivos que persigue (ayudar a los sirvientes) con sus consecuencias reales (provocar que pierdan empleos y vivan peor). Una ley, como tantas otras en la historia, que terminará perjudicando a los que pretendía proteger. Como cuando se impusieron largas vacaciones por maternidad. Se creyó que se había logrado con eso una gran victoria para la mujer, pero en realidad se terminó consolidando la preferencia por el trabajo masculino. Ojalá que prevalezca la sensatez. Que se entienda que solo una mayor prosperidad económica conllevará a que las condiciones que esté dispuesto a aceptar el empleado y las que esté dispuesto a ofrecer el empleador, sean más gratificantes. Ambos interactuando libremente, sin imposiciones arbitrarias en el medio. ¡Qué difícil que esto se entienda así, en esta América Latina nuestra tan peligrosamente seducida y tantas veces dominada por la demagogia populista!

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