En la pasada entrega concluíamos exaltando aspectos esenciales de la XII edición de la Bienal de La Habana en sintonía con algunas precisiones de lo que acontece en nuestro medio. Pero, a pesar de que nos ha parecido bueno y válido que exista una colateral a la Bienal de La Habana, por el hecho de que con este formato los artistas que no fueron seleccionados también tienen la posibilidad de expresarse y fijar posturas; lo cierto es que se han venido desarrollando dos eventos en vez de uno, donde lo secundario parece alcanzar mayor jerarquía.
Pero para ser más claros, no se trata de que un colectivo sea mejor o peor, sencillamente estamos en presencia de un proceso en el que intervienen varias entidades, entre las que destacan el Centro Wifredo Lam y el Consejo Nacional de las Artes Plásticas. A nuestro modo de ver, lo que se ha dado en este caso es una imposición de criterios que deviene por la falta de diálogo, algo que pasa muy seguido entre nosotros.
Parecería que es un mal caribeño discrepar con todo aquello que supera nuestras expectativas, pues a pesar de que los especialistas del Centro Wifredo Lam dedican tiempo y esfuerzo para completar las investigaciones que comprenden más tarde la selección de los trabajos, como ha pasado en esta edición, sin mayor esfuerzo que el de un presupuesto más holgado, el Consejo Nacional de las Artes Plásticas se apropió de las instalaciones del Morro y la Cabaña, así como de otras áreas en la ciudad que incluye galerías, pero fundamentalmente una parte del malecón habanero, siendo estos los espacios más visitados y los que alcanzan mayor nivel de interacción con el pueblo.
Ahora nos preguntamos, el fin del arte es “sectorial”, conlleva la reunión de aquellos que corresponden al reino de los que “seleccionan” o más bien la idea es que se trate de un medio plural, dinámico que comprenda un diálogo permanente que es incluso cíclico entre la inventiva del artista, el resultado de la obra y la experiencia que motiva al espectador.