El Alma de México (2 de 2)

Tan sólo dos años después, en el 1810, y sin un rey español en España, las colonias americanas encienden la llamarada independentista en todo el espinazo continental: de Caracas a Buenos Aires y de México a Santiago de Chile. La independencia…

Tan sólo dos años después, en el 1810, y sin un rey español en España, las colonias americanas encienden la llamarada independentista en todo el espinazo continental: de Caracas a Buenos Aires y de México a Santiago de Chile. La independencia de los pueblos de Sudamérica está encabezada por la criolla aristocracia: los mantuanos. La insurrección  mexicana, en contraste, la dirigen dos humildes curas de pueblo, Hidalgo y Morelos.

Al cabo de una guerra bestial de once años y un millón de muertos, los líderes de la revuelta de independencia mexicana son excluidos.  Y la rebelión se transa, así, mediante un acuerdo entre las élites criollas de la Nueva España, quienes llevan al poder a un soldado realista proclamado como Emperador Agustín I.

Los años siguientes son de turbulentos vaivenes políticos, con un saldo nefasto en el que México pierde, primero, la provincia de Texas y, luego, en el 1848, el norte de la República; territorio que hoy ocupan los estados norteamericanos de California, Utah, Nevada, Colorado, Nuevo México y Arizona. Con excepción del breve, accidentado y luminoso tránsito de Benito Juárez por el poder, el siglo XIX mexicano fue de anarquías y avatares sucesivos hasta culminar, en el  1876, con la llegada fraudulenta al gobierno del general Porfirio Díaz.

Los treinta años del “Porfiriato” estuvieron regidos por una frase epigramática: “Progreso sin libertad”. Mas, al innegable desarrollo material y a la expansión económica de ese período se contraponía la situación de millones de campesinos pobres, quienes soportaban el boato enajenante de un régimen tan ilustrado como despótico. A tal punto que la consigna porfirista podía recomponerse de esta forma: “Progreso sin libertad ni equidad social”. 

Dos meses después de celebrar el régimen de Porfirio Díaz los cien años de la Independencia, el 20 de noviembre de 1910, estalló la gran Revolución mexicana. La encabezaba Francisco Madero, un joven educado en Francia en economía y comercio, hijo de un hacendado y nieto de un antiguo gobernador de Cohahuila. Al entrar las fuerzas revolucionarias a Ciudad Juárez, en Chihuahua, Porfirio Díaz presenta su renuncia y se refugia en Francia.  Desde su destierro, el viejo general susurra: “Madero ha soltado un tigre, a ver si sabe domarlo”.

“Cuando soñamos que soñamos está próximo el despertar”, dijo el poeta Novalis. Quizás como noticia de un sueño dentro del sueño, el Maestro Antonio Caso expresó: “México necesita poseer tres virtudes cardinales para llegar a ser un pueblo fuerte: riqueza, justicia e ilustración. Volved los ojos al suelo de México, a los recursos de México, a los hombres de México, a nuestras costumbres y nuestras tradiciones, a nuestras esperanzas y nuestros anhelos, a lo que somos en verdad”.

Tan limpias y penetrantes ideas, pronunciadas en los días finales del Porfiriato por una de las más egregias conciencias mexicanas, aseguraban ya que la Revolución era dueña anticipada de un ennoblecido evangelio y de un programa de acción de alcances y resonancias inimaginables.

Y, en aquel momento, la tarea fue nada más que hacer tangible la  duermevela  del  gran  pensador: edificar  una  sociedad robusta, cimentada en la producción de riquezas y en la justa distribución de sus frutos y, algo no menos importante, construir el alma colectiva al amparo de un ethos capaz de modelar, inteligible y provechosamente, el carácter y la identidad del pueblo a partir de sus herencias y de sus anhelos primordiales.

En su conferencia de 1922 “La Utopía de América”, nuestro Pedro Henríquez Ureña señaló: “A pesar de cuanto tiende a descivilizarlo, a pesar de las espantosas emociones que lo sacuden y revuelven hasta sus cimientos […] México está creando una vida nueva”.

Después de un siglo, parecerían cumplidos los objetivos de aquella Revolución de jóvenes que encabezara Madero  junto a Obregón, Zapata, Villa, Serdán, Calles y Cárdenas. La Revolución, como se ha dicho, fue también una Revelación. México es ahora un país fuerte y digno, con un inconfundible carácter nacional y una expresión cultural basada en la inserción de todos los factores que el tiempo y las circunstancias han sedimentado en su crisol de razas. Y acaso con más fidelidad que en ningún otro lugar del continente se ha cumplido en México el veredicto del Libertador Simón Bolívar: “No somos europeos, no somos indios, no somos negros. Constituimos una especie de pequeño género humano aparte”.

De ese espacioso trayecto desde la mitología hasta la modernidad y el progreso, justamente de ese México y de su asombrosa epopeya histórica es que trata el documento audiovisual bautizado como “El Alma de México”.

Algunas de las más lúcidas cabezas de aquel entrañable país colocaron su esencia en la realización de este proyecto: Carlos Fuentes, Carlos Monsiváis, Héctor Tajonar, Beatriz de la Fuente, Eduardo Matos Moctezuma, Mercedes de la Garza, Justo Fernández, José Antonio Nava, Guadalupe Jiménez Codinach, Alberto Sarmiento, Efraín Castro.

Por la voz y la presencia del Maestro Carlos Fuentes seremos guiados del albor de Mesoamérica hasta el México vitalísimo que es hoy. De la salida del Primero de los Soles en las costas del Golfo ascenderemos a la utopía erasmista de Vasco de Quiroga y a los sonetos de Sor Juana Inés de la Cruz. Tomados de la mano del Maestro Fuentes, asimismo, trillaremos la ruta de los frescos de Bonampak, hasta tocar la vastedad mural de Diego Rivera y Orozco y Siqueiros.

Y hasta entender, tal vez, la furia del inconsciente colectivo y el incesante fluir de la razón cotidiana en la “Región más transparente del aire”.

De ese México íntegro y plural, a la vez visible e invisible, de ese México multiforme y sorprendente es que tratan las magníficas narraciones que, con gran satisfacción, he tenido el placer de introducir ante este grupo de amigos; aquí reunido esta noche con el único propósito de celebrar el amor a un pueblo hermano, que es como decir: el amor hacia América y hacia nuestro propio destino.

Disertación en el homenaje al Maestro Carlos Fuentes y la presentación del documental
El Alma de México
Palacio de Bellas Artes, Santo Domingo; 5 de diciembre del 2012
Centro León, Santiago de los Caballeros, 7 de febrero del 2013

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