Por más de 60 años la derecha latinoamericana, impulsada por Estados Unidos, ha mantenido una prédica constante contra la Revolución Cubana, y lo único que ha logrado ha sido fortalecer aún más las convicciones del pueblo de José Martí y Fidel Castro.
Durante todo ese tiempo han provocado toda clase de dificultades al pueblo cubano, privándole de disfrutar de los adelantos que otros han tenido, solo por intentar poner a Cuba al servicio de los intereses que fueron echados de la isla a partir del primero de enero de 1959.

La distensión que propició el presidente Barack Obama en el tramo final de su Administración, con la reanudación de relaciones diplomáticas y consulares plenas, que incluyó la reapertura de sus respectivas embajadas en La Habana y en Washington, fue estropeada por la presidencia de Donald Trump, lo cual no creó ninguna sorpresa. El comportamiento de Trump, en definitiva, era previsible, a partir de saberse que es un personaje absolutamente indeseable, un racista consumado y un derechista cercano al totalitarismo más perverso.

Ahora bien, de quien sí puede resultar sorpresivo e inexplicable un comportamiento más cercano a Trump que a Obama, es del presidente Joe Biden, quien no solo fue el vicepresidente durante los ocho años de la anterior Administración demócrata, sino que se le asociaba a las políticas más progresistas del ex gobernante.

Sin embargo, sus primeras directivas respecto de las relaciones con Cuba van en la dirección contraria a Obama y se encaminan a fortalecer las hostilidades de Trump. Insólito.

Y resulta aún más inexplicable si nos remontamos a la campaña electoral pasada, cuando Biden no se dejó chantajear por el cabildeo cubano de la Florida, y declaró que retomaría la distensión aplicada por su presidente, quien por encima de toda expectativa visitó Cuba, inaugurando una nueva era de las relaciones Washington-La Habana.

Lo adelantó sin miedo a perder los 29 votos electorales de Florida—como finalmente ocurrió, pero sin efecto letal—, razón por la cual nos sorprenden las últimas decisiones de la Casa Blanca de Biden.

Al parecer, el nuevo mandatario se está dejando ganar por el sector más conservador de Washington, contraviniendo lo que parece ser una corriente mayoritaria que se expresa con la posición de casi 100 legisladores de ambos bloques que reclaman que Estados Unidos ponga fin a la rigidez de seis décadas hacia Cuba, la cual tiene en el llamado embargo su efecto más devastador para la economía cubana.

Si seis décadas no han podido rendir la voluntad de un pueblo, otras seis tampoco lo lograrán.

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