Las noches oscuras y los días grises, como un frío glaucoma que empañara el mundo, tal y como describía Cormac McCarthy han dado una pequeña tregua. El coronavirus en España ha terminado con la vida de casi veinticinco mil personas, pero, en el segundo país del mundo en número de positivos, doscientos trece mil casos, los recuperados van imponiéndose, invictos.
Millones de ciudadanos han regresado a los espacios públicos de las ciudades, para reencontrarse con un entorno que había quedado lejano y difuso, luego de estrictas medidas de siete semanas ininterrumpidas de confinamiento, en medio de un estado de alarma, donde sólo se podía salir a comprar artículos de primera necesidad, pasear mascotas o trabajar en sectores esenciales.

Las franjas horarias establecidas son una prueba de ensayo y error para tomar temperatura a la normalización de la vida del país. Una prueba que entraña sus riesgos porque aún no se tiene el control de la enfermedad y lejos queda, eso parece, la vacuna para eliminarlo de forma definitiva. Del compromiso de la ciudadanía dependerá en gran parte que los óbices que se encuentren en el camino sean mayores o menores. De su grado de consciencia y de solidaridad para sus semejantes.

La pandemia sorprendió sin preparación a un sistema de salud pública que, a priori robusto pero debilitado por los recortes, se le hizo difícil hacer frente con una situación de magnitudes sólo comparables con la Gripe Española de principios del siglo XX, una masacre en la que también perecieron muchas víctimas anónimas como mi tatarabuela.

El Gobierno de Pedro Sánchez no ha salido bien parado en esta gestión del COVID-19, no sólo por la lentitud en sus acciones, sino porque los 154 millones de euros invertidos en material sanitario, se han envuelto en un halo de compras dudosas en cuanto a eficacia y procedencia.

El fondo especial para la reconstrucción de las autonomías, 16 mil millones de euros, es el mayor que se ha dado en toda la democracia del país. De Europa se pide un respaldo semejante al salto al vacío que se ha dado para afrontar la crisis en el ámbito nacional. Sin embargo, de momento no hay respuesta. Las tensiones entre norte y sur, las discrepancias y los desatinos, han forjado pensamientos distanciados para una Unión real y plausible para todos.

El mayor cataclismo económico de este siglo da un vuelco al crecimiento económico, que ahora se muestra vulnerable, frágil, y que tiene un impacto sobre el empleo por los ERTES. Sánchez considera que en tres años se podría recuperar la normalidad. Sin embargo, la incertidumbre empaña cualquier pronóstico. Los científicos e investigadores alertan ya sobre el repunte de un nuevo pico del virus en octubre, ¿estaremos entonces más preparados que ahora?

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