El 2020 presenta uno de los ejercicios políticos más delicados del presente milenio, sobre todo, porque las fuerzas participantes guardan rencillas insalvables, unas y, las otras buscan llegar a las posiciones electivas, a como dé lugar.
Las elecciones congresuales y municipales del 16 de febrero pueden marcar el norte de esas dificultades cuando determinadas fuerzas, con recurso y poder, no alcancen las metas planteadas y sus propuestas no registren la simpatía que esperan.

Las del 17 de mayo podrían depender en parte de estos resultados y en el caso de una lucha reñida que impida el paso en la primera vuelta, acudiremos a un proceso más delicado en la segunda vuelta que habrá de ser en junio.

Aunque los partidos podrían perder mucho, sobre todo, los candidatos que están y han estado en el poder, por la volatilidad de ambos certámenes, en realidad la población dominicana, la que debe aportarlo todo a cambio de muy poco o nada, como siempre, será la más perjudicada.

Los dominicanos productivos que deben pagar los impuestos que por antojo de los gobernantes y legisladores se imponen sin retorno, serán siempre los más afectados. Son quienes sufren la falta de justicia, de protección, de alimentos, de salud y de viviendas dignas, que siempre tienen como destino a los acólitos de quienes gobiernan.

Ojalá, que tanto en el primer proceso como en el segundo y, si es menester el tercero, se imponga la cordura, se evite la confrontación sangrienta y podamos contar con un año marcado por nuevos aires de progreso, de justicia social y libertad de tránsito y acción, ahora prácticamente conculcadas por el delincuencia y la desidia oficial.

Que gane quien tenga que ganar, pero tomando en cuenta que la mejoría del país está en manos de los electores, siempre y cuando, la conciencia los obligue a sufragar por el bien de todos y no del particularmente suyo. 2020 podría ser realmente el año de la esperanza.

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