Tres amigos se reunen, Un abogado, un médico y un ingeniero compañeros desde que les alcanza la memoria se encuentran en su cita habitual en un restaurant y cada uno se quejaba de su profesión. El leguleyo, de la falta de comprensión de sus clientes que no reconocen el valor de su trabajo y que todo lo ven simple, una vez el caso ya se ha resuelto. El galeno le responde que por lo menos él trabaja con cosas tangibles porque la salud y los estragos de los tratamientos son impredecibles, por lo que él no puede hacer los milagros que pretenden los pacientes, que para eso está Dios.

El tercero los observa, suspira profundo, y les comenta que ellos son afortunados porque no se imaginan lo que es bregar con todo el personal involucrado para entregar una obra a tiempo: desde el más humilde, como el albañil, el obrero, el pintor o el yesero, hasta el más caprichoso, como el arquitecto, el decorador o el paisajista; sin olvidar al electricista, el ebanista o el plomero, así como a los suministradores de materiales y financiadores de la construcción frente a un cliente exigente que entiende merece la mayor de las pleitesías.

El experto en leyes se ríe de la ocurrencia porque su labor también depende de muchas personas entre jueces, secretarios, alguaciles y otros funcionarios repartidos en diversas instancias, cuyos requerimientos son tan variados como disímiles. A esto, el doctor replica que, para el cumplimiento de su labor, al igual, se encuentra a expensas de otros especialistas, enfermeras y personal médico, aunados a las entidades aseguradoras, farmacéuticas y directivos de la clínica.

El licenciado en Derecho le dice a su compañero de la salud que, a este, por lo menos le agradecen su intervención como facultativo porque hasta en las esquelas mortuorias los herederos lo mencionan, mientras que a él, luego lo acusan de querer apropiarse de lo que les pertenece, cuando ya ha desenredado la madeja de la sucesión.

El constructor los ignora porque insiste en que él es el responsable de cada block colocado y que los retardos de los demás le tocan a él. Los otros dos le dicen con sorna que por el porcentaje que él cobra, bien vale la pena el riesgo. Al final, los tres amigos no lograron ponerse de acuerdo, aunque en lo que sí coincidieron fue en un solo punto: que la mejor profesión era la del otro.

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