Este artículo representa amor por mi patria, de ningún modo animadversión contra Haití, al que valoro y admiro, empezando porque fue precursor de la libertad en Latinoamérica; pero me enfurece escuchar por el mundo sobre el “gran maltrato”, “el régimen de esclavitud” y “el apartheid caribeño” que sufren los haitianos en nuestro territorio.

Es tiempo de elevar nuestra voz con honor y valentía, defendiéndonos de tales acusaciones, que eso no implica que seamos antihaitianos, racistas, ni nada de esas absurdas conductas que nos atribuyen, que con ese chantaje nos tienen con la boca cerrada desde hace tiempo.

No nos acobardemos cuando algunos etiquetan a quienes resaltan nuestra soberanía como derechistas, atrasados y reaccionarios. No y no. Sustentar nuestra nacionalidad es un acto de nobleza, siempre y cuando resaltemos la condición de hijos de Dios de cada uno de nosotros, donde todos somos iguales y debemos tratarnos con dignidad y fraternidad.

Eso sí, nunca debemos olvidar que apoyar la nacionalidad, los valores patrios, la autodeterminación y el respeto a nuestras leyes no es incompatible con reconocer los derechos humanos de los emigrantes y refugiados. Los dos aspectos deben convivir en armonía. Recordemos que también somos emigrantes y refugiados en otros países.

Por ello aplaudo la decisión de nuestro gobierno de hacer frente a las mentiras y presiones que con respecto a Haití nos hicieran recientemente (tema que continuará, sin dudas), recibiendo el apoyo casi total de nuestros ciudadanos e instituciones.

Me duele cuando un dominicano habla con odio de un haitiano. Eso lo he sufrido aquí. Me atormenta cuando un haitiano maldice a un dominicano. Eso lo sentí en el alma en una de las ocasiones que estuve en Haití. Son la minoría. ¡Cuánta equivocación de parte y parte!

Es difícil que haya dos naciones fronterizas tan distintas como las nuestras. Ni Israel y Palestina, ni Irak e Irán, para citar algunas. Nuestras diferencias accidentales son enormes: idioma, raza, religión, cultura, historia, música, pinturas, deportes… Entre dominicanos y haitianos existe una relación de paz, como si tuviéramos más semejanzas que contrastes. Es algo extraño, quizás irrepetible en el planeta.

Con respecto a la cantidad de haitianos que viven aquí, son escasos los enfrentamientos entre nosotros.

Tampoco existe persecución: los haitianos van a los mismos lugares que los dominicanos, sin obstáculos, con naturalidad; se transportan apretados con nosotros en los carros públicos; van a las fiestas de bachata, donde muchos bailan mejor que nosotros; los contratamos en la construcción, la agricultura y como empleados domésticos, sin saber a veces sus nombres.

Reitero, defender nuestra soberanía y respetar los derechos humanos no es contradictorio; en ambos casos, hagámoslo con entereza y sin miedo.

Posted in Opiniones

Más de opiniones

Más leídas de opiniones

Las Más leídas