Que la mujer es el sexo débil. De seguro eso lo dijo quien nunca ha sufrido dolores de parto, ni cargó al mismo tiempo muchos vástagos a la vez.
Que somos muy emotivas. Es cierto, pero esas emociones nos hacen más humanas, cercanas y conscientes del dolor ajeno. Incluso, en los ambientes laborales se prefiere esa empatía con las colegas, que la alta calificación profesional, que también la tenemos.

Que en algunos días del mes estamos indispuestas. Por lo menos esos motivos son fisiológicos -conocidos y controlables- y no de actitud, como tanta gente cuya negatividad es una constante durante su existencia, convirtiéndolos en sencillamente intolerables, insoportables y tóxicos.

Que somos conformistas y sumisas. Si así fuera, más del 60 % de las universidades no hubiera estado ocupada de mujeres, quienes también retienen el 70 % de los honores, a nivel de grado y posgrado, al tiempo que también las dirigen.

Que nuestro ideal es alcanzar un buen marido para vivir bien y tranquilas, a la sombra de su protección. Que se lo digan a Ángela Merkel, Hillary Clinton o Kamala Harris, a ver si estarían de acuerdo. Los ejemplos abundan y la situación, a veces, es a la inversa.

Que detrás de cada gran hombre hay una mujer. No atrás, a su lado, para apoyarlo, impulsarlo y ayudarlo a que pueda alcanzar sus logros, junto con ella, en un proyecto común que los conducirá hacia el éxito.

Que la mujer es indecisa y no sabe lo que quiere. Entonces, no hubiera tantas ejecutivas en puestos de mando tomando decisiones relevantes en el sector financiero, industrial, empresarial y gubernamental, destacándose por sus propios méritos. No hay oficio, profesión o actividad que le sea ajena y no pueda realizar. Búsquelo, que no la encontrará.

Que la mujer es indiscreta y no puede guardar secretos. Al contrario, frecuentemente lo que ella calla es más profundo que lo que pudiera comunicarse; ese silencio es lo que mantiene a todos cohesionados y bajo control en una pacífica convivencia.

Para reconocer el valor de la mujer, piénsese en un solo personaje que se haya destacado y sea un triunfador, en la historia pasada o reciente, que no estuviere influenciado, guiado o impulsado por su madre o su pareja. No se encontrará.

Por eso, la frase “la mano que mece la cuna es la que gobierna el mundo” de William Ross Wallace contiene tanta sabiduría y acierto.

El tiempo ha demostrado que cuando una mujer se propone algo, no hay obstáculo que la detenga. Si persigue un fin determinado, logrará siempre su objetivo, que regularmente no es propio, sino ajeno.

Por eso y por muchas razones más, no es pura casualidad que entre “mujeres” y “mejores” la diferencia sean apenas dos vocales.

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