Una sociedad marcada marca a sus habitantes con violencia. Mientras decenas de hombres levantaban sus manos para apedrear a aquella mujer que acusaban de adultera, Jesús bajaba la suya para escribir en tierra, diciéndoles enfáticamente: “si alguno está libre de pecado, arroje la primera piedra”. Obviamente hubo más pecado que piedras, más remordimiento que ira, más deudores que acusadores, más adúlteros que ofendidos, quedó expuesto que el pecado no tiene género pero si una gran influencia generacional. Quedó claro que la postura de Dios ante el pecado no tiene acepción de personas, género, raza o status. Que la justicia divina cree que antes de levantar la voz, o levantar la mano a una mujer, hay que soltar la piedra, humillar al pecado y liberar al sistema.

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