Que nos interesen las desventuras amorosas de una famosa cantante y un deportista para convertir en un éxito arrollador su último desahogo dice más de nosotros, que de esa relación venida a pique. El resultado ha llegado a impactar el valor bursátil de las marcas mencionadas mostrando que, ni la economía ha sido indiferente a los encantos del despecho.

Que nos atraigan los detalles más sórdidos de un príncipe que ahora desdeña de sus orígenes familiares exponiendo sin reparos los entretelones de la realeza, no sería gran cosa, salvo que ese rosario de quejas inéditas de un personaje privilegiado se ha convertido es un best seller, alcanzando el récord Guinness. Que un famoso escritor octogenario -que, por demás, es premio Nobel- esté en la palestra, no por su significativa obra literaria y sus aportes a la novela latinoamericana, sino por la terminación de una mediática relación, es inaudito; evidentemente, el fenómeno es un buen tema de estudio sociológico.

Es de espanto que las desavenencias familiares y las relaciones disfuncionales se hayan convertido en un producto de primera necesidad, consumida ávidamente con un morbo que analiza hasta el último detalle. Que seamos títeres de los que manejan comercialmente miserias humanas para extraerles beneficio, sacándonos tiempo y dinero, sin darnos cuenta. La ciencia ficción ha sido tan bien llevada que los internautas se inmiscuyen y opinan de los involucrados, como si fueran parte de sus vidas o los conocieran personalmente.

Debería preocupar que sepamos más de los protagonistas del tema del momento (manejado estratégicamente para tener vigencia) que del compañero de trabajo o de estudios que se sienta a nuestro lado y posiblemente, esté hundido en alguna crisis existencial al que una simple muestra de apoyo le permita salir a la superficie. Si lo que cause opinión pública, lejos de ser la corrupción, el medio ambiente o la seguridad ciudadana -por considerarse temas aburridos y recurrentes- son las experiencias farandulescas difundidas en los medios de comunicación, algo no marcha bien.

Aunque el chisme es un deporte que trasciende fronteras, se ha convertido en válvula de escape de existencias anodinas que, deslumbradas por los reflectores, pretenden evadir los problemas reales que precisan solución. Resulta mejor elucubrar sobre una ruptura sentimental de fantasía, producto de una publicidad meticulosamente diseñada, que atender a las necesidades cotidianas. Es preferible ocuparse de los conflictos ajenos desde la lejanía, que de los cercanos que precisan atención. Antes de seguir las vidas de figuras del espectáculo, dejándonos engañar por conductas magnificadas para provecho mediático, deberíamos ocuparnos de las propias que, serán rutinarias o monótonas, pero son las nuestras.

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