Estoy convencido de que los dominicanos somos fanáticos de un peculiar deporte de carácter criollo. Al margen del baseball, el basket y el football, practicamos la persecución de “documentos”. Unos los exigen y la mayoría, los procuramos. La vida ciudadana está plagada de “papele” a los que hay que “caele atrá” para sobrevivir en este mar documental. Dada la fragilidad institucional, la paranoia de desconfiar de todo y de todos, obliga a que cada documento deba ser validado, certificado, legalizado o como quiera llamarse, por otra instancia, para darle carácter cierto. El propio nacimiento parece marcar a cada dominicano, con el símbolo blanco de los documentos, la señal divina del folder “amarillento o mojoso” y del signo zodiacal de los papeles diversos, como si se tratara del pecado original criollo. Define presagios de una secuencia infinita de registros, firmas, sellos, certificaciones. Presumo que existe un placer morboso, que no he logrado experimentar, al “requerir” numerosos documentos para cada gestión, que sorprendentemente, no se limita a lo oficial. Cierto es también, que el dominicano es muy dado a hacerlo “to, po’la iquielda”, para definir el proceso de falsear, transformar y sustituir lo que sea, al margen de lo legal. Cuando de bancos se trata, te piden hasta una copia legalizada de la fe de bautismo del tatarabuelo materno o un acto de notoriedad con 7 testigos de la época o en su defecto un “certifico” del alcalde pedaneo del paraje más cercano a tu lugar de origen. El empleado público instruido para la tramitación de documentos, por lo general con muy escaso criterio de lo que es Servicio al Cliente, luce experimentar curiosos y repetidos orgasmos mentales, cuando expresa: “llame en 45 día laborable, pa vel si ya salió”. Esto obliga a recurrir al calendario y “calcular” la equivalencia entre días laborables y días calendarios. Las oficinas públicas tienen el don divino de complicar cualquier trámite y la facultad de convertir lo digital en análogo. Dude del “on-line” criollo, porque las redes lucen contaminadas por unos activos duendes come datos, que se divierten en ellas, variando fechas, escondiendo eventos o trastocando nombres. El Ministerio de Educación Superior Ciencia y Tecnología, tiene un departamento de Errores, que suponemos existe por la frecuencia con que se cometen. La tendencia moderna a la celeridad y a la brevedad aprendió a bailar bachata y da pasos de merengue y “no ta’eneso”. Parece decir: si te lo “pueo poné difíci paqué te lo vuá facilitá”. En el ámbito privado, solicite un préstamo hipotecario y “se va a tené que “confesá coner mimito diablo” procurando papeles en secuencia infinita, que nunca termina. Ahí descubre que el título de propiedad que ha guardado con tanto celo tiene un error de origen y que su cédula no aparece en él. Para corregirlo, hay que hacer “retificaciones” y “aí la puerca retuerce el rabo”.

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