Las confrontaciones en las relaciones entre Haití y República Dominicana son como “La historia sin fin”, por más esfuerzos que los dominicanos y las autoridades hagan en favor de esa nación, el agradecimiento no se refleja y las malquerencias están a la orden del día.

Desde la ocupación al país, el nueve de febrero de 1822, hemos sido tomados con odio ancestral por los haitianos que, tampoco perdonan el valor de los dominicanos para producir una separación valiente y cesar “el horror” a que estaba sometido el país.

Esta vez, con el magnicidio, sin pie ni cabeza, contra el presidente Jovenel Moise, las autoridades del vecino país han buscado formas indignas para involucrar a los dominicanos en ese horrible asesinato, que es el fruto de la ambición desmedida de unos pocos que se lo llevan todo, dejando en la miseria a millones de seres humanos, que también tienen derecho a la vida.

La comunidad internacional ciertamente ha sido descuidada con el problema haitiano, pero Haití, siendo el país más pobre del hemisferio, es el que más ayuda recibe del mundo, aunque lo que llega siempre se queda en muy pocas manos.

En momentos de grandes dificultades, el dominicano acude en su ayuda sin rencores ni malas intenciones y para recordar los hechos más recientes hay que hablar del terremoto del 2010 y revisar las informaciones para ver la profundidad del rol del país en su auxilio.

Incluso, con esta tragedia, el gobierno de Luis Abinader, pese a que tomó la medida correcta de cerrar y proteger la frontera, cedió ante el reclamo de los ciudadanos del vecino país y abrió las puertas para abastecerles de alimentos, agua, combustibles y otras necesidades.

Lo que se hace por ellos es mucho y debieran ser un poco solidarios con los dominicanos deteniendo ese afán de querer apoderarse del territorio, depredarlo y ver en cada dominicano a un enemigo al que se debe exterminar. Dios sabe, lo que se ha hecho por ellos. ¡Qué paren las asechanzas!

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