Desde los tiempos del emperador Constantino cuando se emitió el “Edito de Milán”, la política y la religión han caminado de la mano por siglos, unas veces para proteger sus intereses sectarios y otras para ejercer su poder de dominación sobre las sociedades, feligreses y gobernados.
Al parecer, las cosas no han cambiado mucho en siglos de luchas, de grandes sacrificios de adalides que procuran la igualdad de los seres humanos por siempre, sin menosprecio de color, raza o credo y que, al final terminan como mártires.

Hoy en día, además del Vaticano y las diversas órdenes que han bordeado su incidencia en el universo terrenal, las grandes sectas surgidas a partir de Martín Lutero y Juan Calvino, operan como imperios dominantes que doblegan la voluntad de los religiosos, así como los partidos disminuyen considerablemente a los militantes cuando arriban al poder.

Creemos que independientemente del gran dominio religioso y del poder fáctico y militar de las naciones más poderosas del mundo, están el dominio del amor y el valor de los seres humanos, razón que nos compromete y obliga a luchar por preservarlos.

República Dominicana es un país pequeño con apenas 48 mil kilómetros cuadrados y poco más de 10 millones de habitantes, que padece todos los males derivados de este dominio malvado que no permite su desarrollo, porque las violaciones constantes a las más elementales normas de convivencia, la corrupción oficial y partidaria predominan y, la razón y la Justicia no tienen nido.

La gente quiere ser libre, pensar, transitar y tener derecho a los beneficios del ejercicio del Estado, pero ese privilegio se derrama en ese reducido grupo que controla el poder, la religión y los partidos.

Los dominicanos han perdido su vocación de nación cristiana, su valor de pueblo y, en la mayoría de los casos, con honrosas excepciones, sucumben ante las dádivas y los espejismos, de los verdugos, cuando quieren hacer uso de su voluntad. ¡Algún día será!

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