República Dominicana es un país de gente buena, sana, creyente, hospitalaria y de un estoicismo inimaginable, razón por la cual abusa todo el que está y se aprovecha todo el que llega, endureciendo irremediablemente los corazones de quienes se cansan de tanto soportar.
Sin embargo, muchos dominicanos, me incluyo, aún mantienen la fe, la esperanza y el sueño de que alguna vez contaremos con alguien que, al asumir las riendas del país, piense con la mente y el corazón, sin que la apetencia de riquezas, de bolsillos llenos, cieguen sus buenos deseos de servir a la nación que le vio nacer, crecer y levantarse.
Un ejecutivo nacional que ponga en las manos y las mentes de sus colaboradores que realmente somos un país rico y que solo requerimos de inversiones genuinas para mejorar el campo, la salud, la educación, un real programa de viviendas y seguridad social, que permita a los hombres y mujeres que aquí habitan, vivir como Dios manda.
El dispendio de recursos, el endeudamiento externo e interno, así como la construcción de grandes obras que a la postre resultan suntuosas y se convierten en elefantes blancos, pueden ser interesantes para la modernidad, pero el costo social es muy elevado.
Ese ejecutivo que se espera debe dedicarse realmente a fomentar la producción de alimentos, la preservación de la foresta y los recursos hídricos, así como a la construcción de puentes, badenes, caminos vecinales, invernaderos y otros, que devuelvan la laboriosidad y el amor por el trabajo.
Además, disminuir el clientelismo político y con ello los millones que cada mes se gastan pagando salarios y honorarios a gente sin hacer nada, como premio politiquero, garantía de permanencia y dominio en la intención del sufragio.
Como golondrina en tempestad, seguiremos clamando y gritando a la gente que revise su conciencia para que el país en que moramos recobre su valor de pueblo, su calidad histórica y honor patrio. Ojalá nos escuchen.