El mundo en que vivimos se encuentra hilvanado en la filigrana de la confianza. Tomamos un avión porque entendemos ha sido construido y manejado por expertos, a cargo de una aerolínea responsable que nos llevará a nuestro destino al otro lado del océano. Salimos de nuestras casas en un vehículo que suponemos bien fabricado creyendo que encontraremos todo como la dejamos con un servicio doméstico que esperamos no nos defraudará. Comenzamos una relación con la convicción de que será duradera y llevada con todo respeto sin traiciones; preparamos un contrato partiendo de que el otro cumplirá lo acordado. Iniciamos una jornada laboral con la esperanza de que sea fructífera y todo marche conforme lo planificado. Manejamos empresas con el apoyo de un equipo humano elegido para lograr las metas propuestas y un buen uso de los recursos.

Ahorramos para que los fondos sean bien administrados en las instituciones bancarias y poder utilizarlos cuando fuere necesario porque entendemos que estarán seguros. Apostamos a un buen candidato cuyas promesas nos parezcan atractivas y aspiramos se ejecuten. Dejamos salir nuestros adolescentes con la certeza de que sabrán comportarse, esperando que tomarán precauciones, elegirán las mejores compañías y detectarán el peligro.

Entregamos nuestros hijos a los centros educativos porque allí les enseñarán lo que necesitan y estarán en un entorno adecuado con un personal capacitado. Buscamos los amigos por una lealtad resistente a cualquier vendaval. Consideramos que los cuerpos del orden están para protegernos y no para realizar actuaciones arbitrarias. Presumimos que los jueces son honrados y emitirán la mejor decisión a favor de un cliente que sabrá reconocer nuestro esfuerzo y retribuirlo como corresponde.

Tendemos al apoyo en las figuras de autoridad como la del profesor, el sacerdote o el superior jerárquico porque inspiran respeto y deducimos que ocupan el puesto por sus propios méritos y su seriedad, después de una sabia selección. Creemos ser los mejores padres porque nuestros muchachos nos contarán todo lo que les ocurra.

La confianza es la columna vertebral de la sociedad, sin la cual no podría sostenerse, es la determinación de que al saltar en la piscina encontraremos agua y no un espacio vacío con el que nos golpeemos de bruces. Es un convencimiento preconcebido de que todo está resuelto porque las piezas encajarán en su justo lugar, en una ceguera voluntaria de optimismo. ¿Cuándo lanzarse, sin mayor recelo y con los ojos cerrados o cuándo detenerse para dudar y ser precavidos? A veces, la diferencia se descubre demasiado tarde porque, como dijo Wallace Stevens, “La confianza… nunca proviene de tener todas las respuestas, sino de estar abierto a todas las preguntas”.

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