“¡Tan gorda!”, “¡Mira, gata con lentes!”, “¿Viste a canillas?”, “¡No te metas conmigo, con esos ojos que parecen dos pesetas!”. Terminaríamos las líneas de lo que nos corresponde en este espacio escribiendo aún más calificativos que, desde niña eran comunes en el ambiente escolar, tanto primaria como secundario, eran colocados a quien le sirviera el zapato. A mí en particular, una de mis primas, cuando se disgustaba conmigo solía decirme el segundo señalado al inicio, ya que usé espejuelos desde los 10 años. Ella tenía el pelo encrespado, por lo que devolvía, dándole la repuesta: “¡Tienes envidia porque eres motosa!”. Empatadas estábamos, y hasta ahí llegaba la discusión, hasta que pasado el momento continuábamos jugando como dos amadas primas, que somos hasta el día de hoy, con esta compartí junto a sus hermanos en otro pueblo todas las vacaciones de verano. Hoy es doctora, vive en Miami, y nos reclamamos mutuamente necesidad de vernos, como hermanas. Por tanto, no quedó trauma, sólo discusiones entre niñas. Pero nuestras madres, por lo general no se enteraban, y cuando lo hacían, nunca le dieron imortancia. Ya en la adolescencia, estando en un colegio de monjas españolas, en alguna que otra ocasión cuando se presentaba cualquier contradicción con algunas que eran de esa descendencia, les atacábamos diciendo que “se llevaron nuestro oro”, y también hasta ahí llegaba.

Hoy hablo solamente por experiencia propia, con las cuales ustedes de diferentes edades se pueden identificar y también, como yo, hasta reírse a carcajadas por el recuerdo de esa infancia.

Vivimos un momento histórico en el cual pareciere crearse las bases para que, empezando por los más pequeños en su desarrollo extrafamiliar, que es la escuela, estos, en vez de cuidarse entre sí y aprender de las experiencias cotidianas como los confrontamientos señalados, sean individuos incapaces de desenvolverse en un mundo donde las cosas no son color de rosa y mucho menos poder tener control de estas. Vencer obstáculos como, por ejemplo, empezar a gatear, forzar para pararte, luego agarrándote con la ayuda de papá y mamá intentar caminar y, al hacerlo, con cierto miedo por la supervivencia misma, caes, te asustas, te ayudan, a veces tienes que hacerlo solo, hasta que descubres dar pasos firmes, terminando al fin la principal barrera del temor, y en este mismo proceso después, terminas corriendo. Esa es la vida, y de ahí en adelante formar nuestros hijos en la superación de cualquier barrera.
Como siempre repito: “La vida no es una foto estática. Al contrario, es totalmente cambiante”.

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