República Dominicana no es tan fuerte en su política migratoria como debiera. Con los haitianos, que constituyen el principal flujo migratorio hacia suelo dominicano, hemos sido tan flexibles que aún ante graves amenazas contra nuestro derecho a la salud como la inminente entrada de dos nuevas y más agresivas variantes del coronavirus, no hemos sido capaces de tomar necesarias medidas como el cierre total de la frontera y la paralización de los mercados binacionales.
Hemos permitido por demasiado tiempo una enorme cuota de haitianos en situación de ilegalidad, la mayoría de los cuales ha recibido en nuestro país educación, atenciones médicas, empleos y hasta el trato que no reciben muchos dominicanos.

La solidaridad y la entrega con que Gobierno, empresariado, iglesias, fundaciones, particulares y en general, el pueblo dominicano ha colaborado con Haití, enrostra una interesante paradoja: el país al que algunos llaman xenófobo y racista y han sentado en el banquillo de los acusados con dicho argumento es justamente el país que más ha ayudado al vecino.

Haití es un pueblo que agoniza y donde lentamente, pero de forma sostenida mueren millares de personas de hambre, sed y enfermedades que en otros lugares del mundo ya están erradicadas. La mayoría de los haitianos tiene décadas viviendo en condiciones infrahumanas en su país y la comunidad internacional no ha tenido iniciativas serias y sostenibles para lograr la reconstrucción de Haití en Haití.

Con todo lo que hemos hecho deberíamos ser altamente valorados por una comunidad internacional que no ha jugado su papel ni ha sido tan responsable con el problema haitiano como las circunstancias ameritan. Sin embargo, como nos hemos dejado humillar tantas veces por grupos que necesitan justificar su sostén económico, somos el culpable favorito de organizaciones y personas que nos atacan pero que no dedican ni una parte de sus recursos a trabajar por los haitianos en su territorio. Si nos toman de chivos expiatorios y tontos útiles es porque lo hemos permitido por mucho tiempo. Como país debemos asumir y defender nuestra soberanía y decir a nuestros acusadores que ya está bueno de chantaje.

República Dominicana debe jugar un papel protagónico en la transformación del hermano país, pero dicho papel no se trata de intentar encargarse de situaciones que por razones objetivas no tiene la capacidad para resolver, sino de dejarle claro a la comunidad internacional que no hay solución dominicana para este problema y exigirle que asuma la responsabilidad que le toca con Haití.

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