Pronto el Senado elegirá los nuevos miembros de la Junta Central Electoral. En una tertulia indiqué que deberán ser honestos, eficientes, imparciales, independientes y con vocación de servicio; en síntesis, tener una positiva trayectoria ética. De inmediato alguien me cuestionó: ¿anhelamos los dominicanos funcionarios éticos? Aunque con reservas, le respondí que sí y expresé algunas reflexiones que ahora comparto.
“Política y ética son dos palabras que conforman un matrimonio. Y del mismo modo que ocurre entre los cónyuges, habrá contradicciones entre ellas, pero deben ser más de forma que de fondo, porque si son de tal magnitud que imposibilitan la convivencia de la pareja, con más elementos incompatibles que comunes, el desenlace será fatal para la familia, que en este caso es la población, a la que todo político está supuesto a servir.

¿Tenemos modos distintos de definir y valorar la ética, porque, al hacerlo, favorecemos a unos cuantos? En igual conducta ilegal: ¿somos indiferentes a la de los políticos y condenamos la de los demás? ¿Debe la justicia tratar a unos con paños tibios y a otros aplicarles todo el peso de la ley? ¿Y será cierto que para algunos es entendible el robo cometido por un político, pero son implacables con el realizado por un operario de zona franca?

¿Tienen los políticos libertad para hacer lo indebido, pues cuentan con la protección de los gobernantes y el desinterés de los gobernados? ¿Cómo valoramos al político honesto y al que es delincuente? ¿Es acaso la pasividad colectiva la promotora de que muchos de nuestros políticos se consideren intocables, porque sus malos actos no tienen ni tendrán sanción en los tribunales?

Quizá por ello el político que se respeta en no pocas ocasiones piensa dejar todo atrás y dedicarse a la vida privada, rodeado de sus seres queridos, yendo de la casa al trabajo, sin nada que lo perturbe, salvo conseguir lo básico para vivir, aunque en varias noches la conciencia le llame cobarde, pues debió estar lanzado al ruedo sirviéndole a la patria, sin importar las consecuencias.

En nuestra cotidianidad política, generalmente, cuando se quiere hacer lo correcto se padece bastante. Si no entendemos las debilidades humanas, con sus luces y sombras, con sus caprichos y necedades, sufriremos mucho en el difícil arte de hacer política con serio criterio.

Y mientras tanto, metámonos esto en la cabeza: la ética, como ciencia del comportamiento moral y del estudio del bien y el mal, abarca a todos los seres humanos, y mientras más encumbrados están en la política, más deben estar comprometidos con ese potente término y más debemos exigirles. Política y ética: unión indisoluble, por el bien de la patria”.

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