En estos días hemos visto cómo ha revolucionado el panorama de la educación superior con el nombramiento de nuevos rectores en tres de las principales universidades del país: la Dra. Odile Camilo Vincent en UNIBE, quien se lleva el honor (y el compromiso) de ser la primera mujer en el puesto; el Rvdo. P. Dr. Secilio Espinal Espinal en la PUCMM y el Rvdo. P. Dr. Isaac García de la Cruz, en la Nordestana de San Francisco de Macorís. Al parecer, aquello del cambio como consigna electoral del actual gobierno también se ha aplicado en los escenarios del saber.
Aunque la primera es laica, frente a los otros dos que son sacerdotes, el denominador común en los designados es que no alcanzan los cincuenta años de edad, lo que no ha sido óbice para que exhiban una vasta experiencia académica desde sus distintos ámbitos, con lo que se garantiza una preparación de gran nivel para las funciones encomendadas y toda la energía que requiere el cargo. Su elección a esa alta representación es el resultado de la lucha previa, constante y tesonera de sus predecesores, cuyas trayectorias y experiencia les servirán de referente, siempre que cuenten con la asistencia entusiasta de un equipo de trabajo que comparta sus ideales.

Ninguno de ellos llega a esta máxima distinción de manera improvisada, todos, sin excepción, han estado involucrados en el oficio de la enseñanza desde hace años, por lo que la experiencia adquirida, como fruto de un tiempo considerable en las distintas labores que han desempeñado, sabrá ser aprovechada por las universidades que los acogen.

El compromiso asumido es enorme y trasciende las fronteras de sus respectivos centros de estudio; no solo se trata de conducir una comunidad de docentes, estudiantes y administrativos de manera idónea, sino de no defraudar a toda una generación que apuesta a ellos para llevar la nación a buen puerto llevando como insignia el mayor de los estandartes: la educación. En sus manos está la sólida formación de numerosos profesionales que, más que exhibir dominio de sus respectivas disciplinas, deben practicar la ética para ejercerlas, como tanta falta hace al país.

Entonces, es aportar a la sociedad, no simplemente ese médico brillante, ese ingeniero sobresaliente o el abogado más sabio de todos, es procurar que el primero tenga la suficiente sensibilidad para olvidar los intereses mercuriales atendiendo al enfermo bajo cualquier circunstancia; que el segundo conciba la responsabilidad de dar resguardo a los que habitarán sus obras y que el tercero entienda que no puede desamparar el cliente cuando más lo necesite. La suerte está echada, se tiene la capacidad e intención para lograrlo, la templanza, la dará el trayecto.

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