La corrupción en nuestro país es algo muy viejo y desgraciadamente aceptado. Todos recordamos aquellas declaraciones del presidente Joaquín Balaguer ante denuncias internacionales, no le tocó más remedio que admitir que en su gobierno, fruto o no de la corrupción, crecieron trescientos nuevos millonarios, pero advirtió que la corrupción se paraba en la puerta de su despacho.

Balaguer aceptaba que había corrupción, pero advertía no ser parte de ella, era una forma hipócrita de tratar el tema. Lo cierto es que la corrupción era del tamaño de la economía, en la medida que fuimos creciendo fue mayor y de alguna forma nos fuimos inoculando a su denuncia. Ya no eran los trescientos millonarios de Balaguer, eran tantos que no los podíamos contar, solo bastaba con ver el lujo en las redes sociales, donde sin rubor exhibían lo que en buena lid era imposible de comprar.

Balaguer también, en una de sus famosas frases de campaña para atacar a los que estaban en el gobierno dijo “que habían pasado de la chancleta a la jeepeta”. Como siempre, lo tomamos como uno de los ataques típicos de campaña sin poner mucha atención a lo que a nuestro alrededor era evidente.

Se llegó a un punto que las “comisiones” se hicieron parte de los salarios. Me contaba un buen amigo, que al cuestionar a un exfuncionario este le admitió que cobraba un veinte del que tenía todo el derecho a exigir.

La jeepeta dejó de ser la única ambición, parecería no existir límites; que nuestra sociedad logre un mejor equilibrio y la sociedad que exigía mejores condiciones, olvidaba la verdadera causa de sus pesares. Existía una especie de licencia a los James Bond, pero en vez de carta para matar era carta para robar.

Admito, como muchos otros, que nunca soñamos el nivel de la corrupción. Me pregunto, ¿cuál es la necesidad de tanto dinero?

¿Se puede dormir tranquilo y ver su familia a la cara?

¿Qué más se puede pedir que un buen empleo, vivienda, vehículo y educación para los hijos? ¿Si la pandemia no nos ha dado una lección, qué esperamos que nos la de?

¿Puede el dinero compensar el sufrimiento de una madre, de una esposa, de los hijos cuando se pierde la libertad por usar lo que no le pertenece?

¿Vale la pena que profesionales preparados empañen sus carreras, tronchando lo que pudiese haber sido una hoja de servicio impecable? ¿Es que se nos ha olvidado que a la administración pública se va a servir y no a servirse? Me decía un amigo, ya exfuncionario, que él no necesitaba robar, que su salario le permitía un vehículo, casa y educación para sus hijos ¡Ojalá todos pensaran igual! Aseguro, luego de haber pasado por la Administración pública, que con orgullo encontré miles de profesionales serios.

Esta sociedad despertó y tanto gobernados como gobernantes tendremos que hacer las cosas de forma transparente.

Me preocupa que se quiera confundir el accionar de personas con la de sus instituciones. Estaríamos haciendo un grave daño a los organismos castrenses que no reflejan en su conjunto la posible actitud de un pequeño grupo. Estaríamos hacia el camino de la destrucción de instituciones necesarias, que son el pilar de nuestra soberanía.

En 2003 casi hacemos colapsar el sistema bancario por querer culpar la crisis de una institución como si fuera sistémica. Una crisis de la cual quienes la generaron cumplieron con cárcel o con sus obligaciones financieras. Una crisis de la que se quiso culpar al sector privado, cuando existía una clara falta de regulación de los organismos encargados de la supervisión bancaria.

Entiendo la preocupación de miles de militares y policías serios, lo vivimos los empresarios, se nos quiere culpar de todo y como decía Churchill “nos miran como el lobo que hay que abatir, la vaca que hay que ordeñar, pero pocos como el caballo que tira del carro”.

No podemos seguir pretendiendo que nada ha pasado, sólo ver cantidad de empresas que han manejado recursos millonarios, en una pequeña sucursal bancaria, en vez de un lavado de autos, sin llamar la atención a auditores. Transferencias de un lado para otro con ingresos que no justifican los salarios de los que las hacen.
Todo esto tendrá que ser un ejemplo para los que manejaron los recursos inapropiadamente y para los que pretendan hacerlo de nuevo. El presidente Abinader ha venido dando ejemplos claros al cancelar más de veinte funcionarios en muy poco tiempo.

De no cambiar, nunca podremos eliminar la enorme pobreza que nos arropa. A partir de las elecciones fallidas de febrero este país tomó la decisión de enfrentar la corrupción junto al gobierno y así debe ser también con la evasión.

El mayor logro que una Administración puede legarle a la nación es una justicia independiente. Pero no es suficiente con eso, es necesario que fiscales y jueces estén investidos de toda la humildad y transparencia para juzgar esos delitos que por años han atentado contra la niñez, la educación, la salud y la vivienda.
Esto es para los que se fueron, los que están y los que llegarán. No podemos retroceder en lo que hemos ganado hasta ahora, los medios de comunicación y las redes deben ser cuidadosas al tratar el tema, no se puede cometer el error de destruir la moral de alguien que aún no ha sido juzgado, como no hacerse cómplice del culpable por simpatía o por intereses.

Pero, sobre todo, no lo hagamos sistémico porque miembros de un sector hayan cometido actos de corrupción, recordemos que, en nuestras Fuerzas Armadas y Policía Nacional, hay hombres y mujeres que por un escaso salario han dado sus vidas y hoy, con las precariedades que sufren, hacen un trabajo serio, a favor de todos los ciudadanos. Recordemos que no hay un solo sector donde no podamos encontrar corruptos, pero estos sin dudas eligieron el camino malo y no representan el sentir y actuar de la colectividad. ¡Recordemos que no todos son iguales!

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