Lo bonito del deporte es que pone a prueba los talentos y las habilidades de atletas que en competencia se necesitan de una manera recíproca, para dar sentido a lo que hacen.
Miremos internamente los equipos.
Desde las primeras prácticas los jugadores inician una lucha para ganar una posición de titular, o de primera opción entre las sustituciones. Crean un ambiente de rivalidad, aunque sin dejar de ser compañeros, en un ejercicio que debe tener un balance perfecto, para lograr armonía y un producto exitoso.
Es lo mismo que en las ligas deportivas, no importa la disciplina. Algunas tienen equipos que lucen más poderosos que otros, pero de igual manera se necesitan entre sí para lograr un producto atractivo a la afición. Al final todos tendrán la oportunidad de levantar el trofeo.
La Liga Premier de Inglaterra y su campeón inesperado en la temporada 2015-2016, son un ejemplo. Lejos de ser señalado como favorito, el Leicester City Football Club logró la corona.
Fundado en 1884, ascendió a primera división en el 2013-2014, después de diez años en las inferiores, para coronarse campeón por primera vez en 132 años de historia. Un capítulo conocido como “el milagro de la premier”.
Pero eso es en el terreno, porque en las oficinas debe ser lo contrario.
Los equipos deben comportarse como empresas unidas, partes de una entidad superior, donde todos tienen las mismas responsabilidades. Si las franquicias no piensan primero en su liga, y después en su equipo, entonces no tendrán éxito colectivo.
Esto debe plantearse en cada detalle, hasta en administrar el talento.
En el fútbol existe el préstamo. Franquicias que reconocen el talento de un jugador, quien por alguna razón no verá acción regular en esa temporada si lo dejan en sus filas. Entonces es cedido en calidad de préstamo, con el propósito de permitir su desarrollo. Pero si el equipo que recibe el favor luego se quiere quedar con lo ajeno, entonces se evidencia que no entiende el ser “compañeros y rivales”.
