El informe ‘Mapeo y Análisis de Género: los programas de protección social y el sistema de seguridad social de la República Dominicana’, representa un invaluable aporte. Este resalta: “la importancia de realizar un profundo análisis de género a la hora de implementar un piso de protección social con el fin de evaluar de manera adecuada la mayor desprotección social que sufren las mujeres respecto a los hombres, debido a los desequilibrios de poder que caracterizan las relaciones de género, y contemplar posibles soluciones al respecto”.

Llama la atención que, en este importantísimo esfuerzo, coordinado por el Gabinete de Coordinación de Políticas Sociales y el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), se presentaron detalladamente estudios y análisis “sobre género”, aunque se revela que muchas desigualdades sociales se dividen por sexo. El informe expresa: “La mayor desprotección femenina se debe a la tradicional división sexual del trabajo que a lo largo de la historia ha asignado a los hombres roles productivos y a las mujeres roles reproductivos”.

¿Si las realidades en este informe reflejan desprotecciones que enfrentan las mujeres de manera diferenciada por sexo, por qué no expresarlo tal cual? Sucede que, hace décadas se consensuó que, para introducir perspectivas feministas en la palestra pública, era necesario teorizar esa desigualdad estructural bajo un concepto: género.

Entonces, ¿qué hacemos ahora que, luego de invisibilizar el “sexo”, remplazándolo por el concepto “género”, este último es tergiversado como una identidad personal, tal como alega nuestro Ministerio de la Mujer?

Cuestionamientos sobre si las mujeres representamos un sexo, un género, una entidad o algún invento similar a Santa Claus, alcanzan los escaños más altos de poder a nivel mundial. Todo esto es parte de un gran debate internacional, que presenta dudas existenciales.

En España, donde esta conversación pica y se extiende, a principios de agosto, la Ministra de Igualdad Irene Montero, causó revuelo al cuestionar: “¿Existen los hombres y las mujeres? ¿Qué es ser hombre y mujer? ¿Cómo se conceptualiza en las diversas teorías el binomio sexo-género y cómo se traslada a los derechos y políticas públicas? ¿Cuál es el nivel de hormonas que tenemos que tener para ser consideradas hombres o mujeres? ¿Cuánta talla de pecho tenemos que tener para ser hombre o mujer? ¿El sexo son sólo los genitales externos o es también el nivel de hormonas tradicionalmente consideradas por la biología masculinas o femeninas? ¿Es el sexo algo genético? Ese debate es muy interesante. No es nuevo en el movimiento feminista, pero quizá nos aporte una visión poco útil a la hora de diseñar políticas públicas”.

Atravesamos una pandemia letal que discrimina por sexo. Hoy sabemos que, luego de universalizar el cuerpo masculino como estándar médico, anualmente la ciencia descubre sintomatologías y efectos farmacéuticos que afectan los seres humanos de manera diferenciada por sexo. Ignorar la biología femenina en la medicina es un asunto de vida o muerte, así que esta segregación no es trivial. Eliminar las líneas que delimitan a la mujer como sujeto político, también desdibuja los derechos y espacios que dependen de esa diferenciación, como los deportes femeninos, la segregación de recintos penitenciarios y las cuotas femeninas.

¿Cómo es posible que instituciones responsables de promover los derechos de las mujeres se pregunten si ser hembra o varón depende de nuestra talla de pecho? O, si el sexo biológico es algo genético. ¿Qué otra cosa seria?

Con un antiguo Poder Ejecutivo promoviendo políticas de ‘identidad de género’, un Proyecto de Ley para Erradicar la Violencia contra las Mujeres trabajando la discriminación basada en el sexo y una incipiente jefatura del Estado determinada en restructurar mucho con demasiado, resulta importante aclarar cuál será su posición respecto a este tema dentro de las políticas públicas.

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