En los últimos años, la salud ha sido el blanco de los riesgos y amenazas que ha enfrentado el mundo.
Desde que a mediados del año 2019, comenzó el bombardeo de informaciones sobre los estragos que en Asia y Europa estaba causando el coronavirus, hasta que, con previo aviso, pero sin permiso, llegó a América y El Caribe, la humanidad ha estado en vilo, aterrada y cada vez menos confiada en regresar del todo a la vida como la conociera hasta comienzos del 2020. Desde que se comenzaron a reportar los primeros casos del coronavirus, hasta que la OMS declaró la enfermedad como una pandemia y la gente se vio obligada a un confinamiento que, sin dudas, dejará secuelas psicológicas perennes, los seres humanos han visto el mundo derrumbarse y con él muchas de sus tradiciones y costumbres.
La propagación desenfrenada de esta enfermedad, arrebató la vida a millones de personas en todo el mundo, la OMS calcula que unos 15 millones murieron entre el 2020 y 2021.

Decirlo, aterra, pensarlo es abrumador, triste, desolador.

Y aunque no se diga mucho, hay que reconocer que influyeron dos factores en esas elevadas estadísticas, al menos al principio de la propagación.

Uno de ellos fue el poco conocimiento y mal manejo de la enfermedad y el factor psicológico, pues en muchos casos, las personas murieron en la víspera, más por el terror y la certeza de que un diagnóstico positivo del virus era una especie de sentencia de muerte.

La historia es conocida. La cantidad de variantes y subvariantes del coronavirus han continuado haciendo estragos y cobrando vidas.

Pero justo cuando ya nos hemos acostumbrado a vivir con esta enfermedad entre nosotros, comenzaron otras enfermedades a amenazar a la humanidad, unas más contagiosas, aunque menos letales, otras con índices menores de contagio, pero más mortíferas.

Otra amenaza a la salud y la vida es la viruela símica, que ya ha sido diagnosticada en el país y como si no fuera suficiente, un brote de cólera en diferentes países, incluyendo a Haití, vuelve a disparar las alarmas mundiales

Era lógico que el cólera no tardara en llegar al país dada la proximidad entre Haití y República Dominicana. En todo esto es de justicia reconocer la transparencia del gobierno y las autoridades de salud.

Así debe ser. La gente está en su derecho a saber y las autoridades en la obligación de informar.
Ahora solo queda seguir los consejos y recomendaciones del personal de salud, para preservar la vida propia de los seres queridos.

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