La lista de mujeres asesinadas por su pareja o ex pareja, se vuelve interminable, así como la de los huérfanos de la violencia.

Los hijos que en un arrebato de ira o actuando bajo los efectos del alcohol y las drogas acaban con la vida de sus padres.

Son indicativos de lo constante que se han vuelto la violencia y los abusos en el entorno más íntimo de las personas.

Están también los hombres despechados que por la negativa de una mujer a reconciliarse y restablecer una relación de abuso y maltrato, no dudan en arrebatarle la vida o castigarla con lo que más le duele y con pasmosa frialdad asesinan a sus propios hijos, con tal de causar dolor a esa mujer.

Del mismo modo debemos contar los casos que involucran a los religiosos, los instructores deportivos, los educadores, aquellas personas a quienes se les confía el cuidado de un envejeciente, un menor de edad o una persona con alguna discapacidad.

Todas estas son personas llamadas a proteger, cuidar, educar y guiar a aquellos puestos a su cuidado, sin embargo, hacen todo lo opuesto.

Son múltiples los casos de abuso sexual de profesores, instructores o líderes religiosos contra menores que han acudido a ellos por la naturaleza de sus funciones. En la mayoría de estas traumáticas experiencias se ha ejercido violencia física, verbal y psicológica.

No faltan los reportes de niñeras que han cometido todo tipo de abusos contra menores, cuyos padres ignoran lo que están viviendo sus pequeños hasta que ya es demasiado tarde. Lo mismo aplica para los adultos mayores que son maltratados por sus cuidadores.

Estas insensibles y despiadadas personas le niegan hasta el agua y sus alimentos y les suministran dosis extras de sus medicamentos para hacerlos dormir más de la cuenta, de este modo se librarán de ello por un largo rato.

Lo más preocupante es lo flexible que a veces suelen ser las leyes aplicables para sancionar a esos criminales y muchas veces es incomprensible la facilidad con que salen de prisión, si es que alguna vez llegan a ser encarcelados por sus hechos.

Es verdad que es un deber ineludible e impostergable de las autoridades velar por la seguridad ciudadana, proporcionar protección contra el crimen, pero es una obligación de la sociedad, formar individuos con valores.

Es una labor conjunta de gobiernos y gobernados, los primeros tienen que desarrollar políticas tendentes a ofrecer mayores oportunidades en igualdad de condiciones a hombres y mujeres.

Los otros, la sociedad, debe revisarse y recuperar los valores que han perdido la batalla frente el amor al dinero, lo fácil y la obsesión por obtenerlo todo sin hacer sacrificios.

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