Como cada inicio de año, las personas suelen enumerar una serie de propósitos y planes.

Muchas veces, estos propósitos y deseos los vienen arrastrando por años.

Al parecer, asumen los siguientes 12 meses como una nueva prórroga para lograr esas metas que se han tornado difíciles de alcanzar.

Una buena actitud, si me lo preguntaran, pues significa una renovación de fe, confianza y esperanza.

Antes del 2020, sin temor a equivocarnos, la gente, quizás con contadas excepciones, tenía otras prioridades.

Su lista de deseos era diametralmente opuesta a lo que ha sido el más caro anhelo para la humanidad desde entonces.
La crisis sanitaria mundial nos sacudió, nos hizo replantear muchas cosas, fue estremecedoramente aleccionadora.

Hasta al más necio de los mortales le hizo rozar la razón y la lógica.

No creo, o me niego a creer que exista en el mundo alguien tan estúpido al que esta nueva realidad no le haya dejado algún aprendizaje y lo haya hecho reflexionar sobre su vida y sus prioridades.

Antes del 2020 nuestras listas de deseos iniciaban con una seria determinación por comenzar una dieta y rutina de ejercicios, con el fin de lograr la figura esbelta que nos convierta en el centro del deseo de unos y de la envidia de otras.

Los menos pacientes, invertirían todos sus ahorros para pagar a un cirujano plástico bien recomendado.

Un carro nuevo, una casa lujosa, un ascenso en el trabajo, un matrimonio conveniente, viajes, ropa de diseñador, riquezas, un jet privado, y solo quien cree tenerlo todo, hablando en términos económicos, incluía en sus peticiones el verdadero amor.

Sin embargo, el sufrimiento nos cambió, las tantas perdidas nos hicieron dar cuenta del inmenso valor de las personas que amamos.

El dolor, el nuestro y el ajeno, que nos tocó tan de cerca, nos golpeó tan fuerte que aún seguimos aturdidos.

El temor a morir, al ver morir a tantos a nuestro alrededor, nos hizo vulnerables, nos mostró lo frágiles que somos.

En dos años hemos tenido que replantear y reorientar nuestras vidas.

Hemos aprendido de una manera cruel y contundente que la vida, que es el bien más preciado, es a la vez tan frágil y, peor aún, que nos falta mucho valor, coraje y sabiduría para preservar la nuestra y la de los otros bajo nuestra responsabilidad.

No soy, ni he sido de hacer lista de propósitos, a lo sumo, uno o dos, pero si tuviera que entregar mis peticiones, esta vez solo sería vivir, vivir y ver el futuro con la fe de un niño.

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