En la pasada semana el periódico El Día publicó un reportaje que daba cuentas de que a “sólo cuatro años de ser inaugurado el proyecto habitacional La Nueva Barquita, en Santo Domingo Norte, familias dicen estar viviendo en peores condiciones que cuando residían a orillas del río Ozama, en la zona este, donde corrían el riesgo hasta de morir por inundaciones en épocas ciclónicas”, añadiendo que “se quejan de no tener fuentes de ingreso, y de que al menos unas 25 familias están en condiciones deplorables, algunas hasta durmiendo en el suelo por no tener camas u otros enseres”, y a la verdad que después de leer ese texto, usted no sabe qué decir, ni qué hacer, pues se entiende que sacar la gente que vive en destartaladas casuchas, de cartón y madera podrida, emplazadas en peligrosas orillas de caudalosos ríos, para llevarles a vivir en seguros apartamentos de concreto, en zonas altas nunca inundables, es una labor de alta sensibilidad social, y de gran responsabilidad ambiental, que busca reducir la vulnerabilidad de nuestra sociedad ante los cada vez más frecuentes y peligrosos fenómenos hidrometeorológicos.

Sin embargo, el objetivo de gobiernos y organismos de socorro, que buscan reducir la vulnerabilidad marginal, para salvar vidas y propiedades, se contrapone con la mentalidad oportunista de personas que hacen de la vulnerabilidad un modo de vida que les garantiza visibilidad y sostenibilidad económica cada vez que ocurre un fenómeno meteorológico que, por su alta pluviometría, genera una gran inundación que se lleva toda vivienda que encuentra en las márgenes de ríos y arroyos, y es por ello que hay grupos que se emplazan en las márgenes de cada río importante porque allí apuestan al desastre como forma de vida y de sustento económico repetitivo.

De ahí que no es de extrañar que algunas familias, que 4 años atrás fueron privilegiadas por el Estado con un techo seguro, fuera de todo riesgo de inundación, en lugar de sentirse orgullosas y agradecidas por haber sido reubicadas en un lugar seguro, vienen a quejarse precisamente cuando se habla de la temporada ciclónica más activa que hemos tenido en décadas, apreciándose que su queja principal es decir que “están viviendo en peores condiciones que cuando residían a orillas del río Ozama”, creando condiciones para vender y volver a orillas del Ozama, pues su forma de pensar les lleva a considerar que con las crecidas del Ozama existe la posibilidad de convertirse en damnificados y en sujetos de ayudas económicas del Estado dominicano, pero que el lugar actual no les expone a ningún riesgo hidrometeorológico que les permita optar por ayuda económica.

Y si este anterior planteamiento luce extremista y tremendista, porque realmente así parece ser, sólo tiene usted que leer la historia de las familias que fueron desalojadas por Joaquín Balaguer desde las orillas del mismo río Ozama, y llevadas a vivir en confortables y seguros apartamentos en el sector de Las Caobas, familias que en pocos años vendieron sus apartamentos, como quieren hacer algunos de la Nueva Barquita, y volvieron a vivir a orillas del mismo río Ozama, como quieren hacer algunos de la Nueva Barquita, pues al convivir junto al peligro hay muchas probabilidades de ser impactados por una crecida de tormenta, o de huracán, y de ser así la ayuda gubernamental debe ser obligatoria e inmediata, sin percatarse de que ese juego es una ruleta rusa, donde muchas veces nadie muere, pero otras veces la gente muere, como pasó en Jimaní, en mayo de 2004, cuando una madrugada llovió de forma diluvial y el río Blanco creció con poder mortal y arrastró todas las viviendas que encontró a su paso, estimándose que los muertos totalizaron unos 1,800 entre dominicanos y haitianos, y donde por primera vez nuestro país utilizó la modalidad de entierros desnudos en trincheras colectivas.

También ocurrió en septiembre de 1998 en La Mesopotamia del río San Juan, en el extremo occidental de San Juan de la Maguana, durante el paso del huracán Georges, donde la gente fue desalojada antes de que el huracán entrara al país, pero la gente se escapó de los refugios y volvió a sus hogares, y hasta se dice que muchos colocaron candado fuera de su casa para dar a entender que la casa estaba cerrada, y cuando la represa de Sabaneta se llenó, y comenzó a verter de manera natural, la crecida arrastró todas las viviendas emplazadas en La Mesopotamia, dejando un saldo fatal estimado en 185 muertos y desaparecidos, y cuando todos pensábamos que después de esa terrible tragedia la zona impactada jamás volvería a ser habitada, ocurre que ahora es cuando tenemos una verdadera urbanización que desafía cualquier inundación por vertido de la represa bajo condiciones de tormenta. También ocurrió a orillas del río Yaque del Norte, en Santiago de los Caballeros, en fecha 11 de diciembre de 2007, durante el paso de la tormenta Olga, con balance estimado de 300 muertos y desaparecidos, y ocurrió a orillas del río Haina, en Villa Altagracia, en fecha 28 de octubre de 2007, durante el impacto de la tormenta Noel, con balance de 70 muertos, por lo que la sociedad debe saber cómo responder ante esta quejita de algunos residentes de La Nueva Barquita.

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