El asalto al Capitolio perpetrado por seguidores del todavía presidente de los Estados Unidos de América Donald Trump, que dejó atónitos y avergonzados a sus espectadores en el mundo entero, irónicamente quizás actuará en favor de la democracia y significará un brusco freno para su insólito liderazgo populista que ha fomentado el odio, la segregación y el irrespeto.
Lo que aconteció la semana pasada en esa penosa irrupción, retrató de cuerpo entero a donde pueden llegar los fanatismos y obligó a muchos colaboradores de Trump a tomar distancia “in extremis” de su líder, al que le permitieron un sinnúmero de acciones impropias. Es como si milagrosamente las oprobiosas escenas acontecidas luego de una manifestación convocada y arengada por el presidente que continúa negándose a aceptar su derrota electoral, los hizo descubrirse ante un aterrador espejo de cuya imagen no querían seguir siendo parte, o no les convenía políticamente seguirlo siendo.

Este es el triste colofón de un capítulo de la historia que no debió de haber sucedido, cuyo inicio muchos lamentamos por lo que avizorábamos y que otros muchos celebraron, porque pensaron más en la economía, en sus intereses, sus creencias o sus ideologías, que en el daño colectivo que significaría el ascenso al poder de una persona que había dado muestras ya, de toda la megalomanía, irracionalidad y malas conductas que exhibió en su mandato. Y el daño provocado no ha sido solo a los Estados Unidos sino al mundo pues, así como los buenos líderes expanden su obra, impactan vidas positivamente e inspiran acciones, los malos penetran y sacan a flote el lado oscuro de la naturaleza humana.

Aunque para muchos el hecho de que bajo la administración Trump se dieran acciones similares a las acontecidas en las “repúblicas bananeras” le restará moral a ese país para criticar cualquier acción futura en contra de la democracia, hay que reconocer que sus instituciones y sus principios democráticos como el emblemático “rule of law” o imperio de la ley se impusieron, y se convirtieron en el valladar que detuvo casi todas sus desatinadas y populistas medidas, y que a pesar de su cuestionada decisión de designar poco tiempo antes de las elecciones una juez de la Suprema Corte para inclinar la balanza hacia el lado conservador, no logró que esta, ni ninguna corte complaciera sus acciones judiciales por revertir su derrota electoral que obstinadamente no aceptaba como válida.

Todos aquellos que se cegaron por ser republicanos o simpatizar con dicho partido en ese país o en el mundo, o por ser empresarios y entender que sus medidas fortalecerían las finanzas y bajarían los impuestos, o por ser practicantes de una religión y entender que el conservadurismo estaba garantizado con él a pesar de una trayectoria salpicada de faltas a la moral, o por entender que sus ideas antiinmigrantes, xenófobas y racistas les convenían, a pesar de ser él mismo descendiente de inmigrantes y casado con inmigrante; y decidieron poner al frente de la primera potencia del mundo a una persona díscola que a todas luces no reunía el perfil de un buen líder, deberían reflexionar y comprender que no solo de pan vive el hombre.

Por fortuna la historia no solo la escriben los hechos humanos, y las fuerzas de la naturaleza y otros acontecimientos provocan a veces giros inesperados, como el hecho de que a Trump en gran medida lo derrotó su mal manejo del inesperado covid-19, que trató de minimizar y desafiar convirtiendo el uso de mascarillas, la principal prevención contra la enfermedad, en un símbolo de debilidad y su no uso de coraje. Hace un siglo la gripe española que afectó al presidente Wilson afectó su psiquis y según algunos historiadores esto incidió en el contenido del Tratado de Versalles que puso fin a la primera guerra mundial, lo que pudo contribuir a provocar el surgimiento del nazismo, y ahora probablemente otra pandemia sea recordada como el hecho que dio un vuelco a la historia, afortunadamente positivo en esta ocasión, asestando un golpe al populismo.

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