Las primeras planas de los diarios aparecen repletas de las proezas deportivas, empresariales, sociales y políticas de personajes destacados. Son los individuos cuyos méritos los colocan a un nivel superior, por encima de la media.

Sin duda, para captar la atención general es imprescindible haber desplegado una actuación trascendente, más que extraordinaria, superlativa.

Yo prefiero quedarme con esos héroes anónimos que nadie ve y de los que apenas nos percatamos, aquellos que desde la clandestinidad rinden una labor encomiable que pasa desapercibida, acostumbrados como estamos a los eventos exagerados presentados con grandilocuencia.

Se trata de aquellos seres silenciosos que, sin ser protagonistas, sino más bien extras de ese guión que llamamos vida, son los verdaderos artífices de magníficos aportes a la humanidad.

Basta con observar la labor desinteresada de esos jóvenes voluntarios de la Defensa Civil que, mientras los demás se divierten en cualquiera de las francachelas propias de la edad, se dedican a servir a los otros, exponiendo muchas veces sus propias vidas. Frecuentemente, como retribución sólo reciben la burla de sus compañeros que los acusan de inadaptados.
¿Y qué decir de ese guardián que estoicamente cuida la propiedad privada del empresario que, sólo así, puede descorchar el mejor vino, degustar el más delicioso de los manjares y pasear en el extranjero?

¿O bien de esa enfermera incomprendida que recibe a los que se pasaron de juerga y en sus desafueros habituales no midieron sus excesos?

¿Cómo ignorar a esas consagradas monjitas que como blancas palomas se dedican en cuerpo y alma al cuidado de un viejecito que no les pertenece, carcomido por los años, la desesperanza y el olvido?

¿Quién recuerda a esa profesora rural que en la entrega a su ministerio se le fue toda la existencia y hasta la oportunidad de formar una familia propia?

¿Qué hay de esa cocinera que en su pueblo ha tenido que abandonar a una prole numerosa para que “la doña” pueda descansar entre tantas festividades?

¿Es que ese policía, ese mesero o el “delivery” al que tanto exigimos no tiene familia? ¿Acaso no merece, al menos, nuestro respeto?

La verdad es que solemos darlos por sentado, sin detenernos a examinar que son verdaderos héroes que van de incógnito, porque desde sus papeles aparentemente ordinarios, son los reales pilares del bien común. Sin estridencias, adulaciones, reconocimientos ni homenajes.

Son ellos esos ángeles guardianes que nos hacen la vida más llevadera y que sólo ocupan los titulares noticiosos ante una muerte violenta. Merecen, al menos, una sonrisa para que sepan que no todo es en vano y que sabemos que existen; que nos enorgullece su labor pcomo héroes, talvez invisibles, pero héroes, al fin y al cabo.

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