En nuestra última entrega recomendamos que los dominicanos respetemos el nuevo poder emergente de la China a pesar de nuestras diferencias políticas, pues su ascenso ocurrió luego de uno de los episodios más humillantes de su historia de manos de Occidente, lo que resultó en un orgullo restituido, y sensible a cualquier percibida ofensa.

Una visita al malecón o Bund de Shanghái nos reveló esta realidad. De un lado del río están los edificios occidentales de los tiempos de las “concesiones” coloniales, que alojaron instituciones financieras y comerciales. Esta área estaba excluida a los habitantes de la ciudad, para no perturbar la vida de los Occidentales, cuyas damas tomaban su té y pastelería en cafés europeos. Frente a estas construcciones coloniales existe un pequeño parque con una estatua de Mao mirándolas de frente y más curioso, resulta los enormes postes de banderas instalados en los techos de dichos edificios. El día de la visita acordamos cenar en un restaurante australiano que hacía promoción de su cordero, cuya localización en el último piso de unos de los edificios coloniales, cubierto por cristales, nos permitía observar los iluminados rascacielos de la Nueva China del otro lado del río, que reducían el tamaño de las construcciones occidentales a la de enanos. El simbolismo estaba servido. Además, las enormes banderas chinas no dejaban de flotar debido a la abundante brisa. Las luces que iluminaban todo el entorno nos hacían sentir que las sombras de aquellas enormes banderas nos iban a rozar la cabeza. Así que instintivamente terminamos inclinando la cabeza hacia un plato de cordero por demás indiferente. Nuestra inclinada cabeza, pues, resultó de una simbología inescapable.
La Nueva China ha liberalizado la economía y no así, el ejercicio de la política. En consecuencia, tenemos ante nosotros una potencia comercial y económica de primer orden, apoyada en principios e instituciones contrarias a las occidentales. Esto nos obliga a tener que escoger entre nuestros intereses comerciales y principios. Nuestra propuesta es enfatizar la Libertad como principio de nuestras acciones. No la libertad de empresa que nos parece un término demasiado estrecho y egoísta. Proponemos la Libertad en mayúscula, que, tal como expresamos anteriormente, le permite al periodista honesto expresar sus opiniones, al catedrático enseñar de acuerdo a sus convicciones y el empresario emprender con plena libertad. Mas fundamentalmente, debemos establecer con esta nueva potencia un diálogo, donde expresemos que para mejorar nuestras relaciones se hace necesario que desista de apoyar regímenes como el de Venezuela, que ha hundido a su población en la desesperanza de una pobreza material y espiritual. Posiblemente, no nos escucharán, pero debemos insistir. Es la única manera de que nuestras relaciones, que ellos demostraron interés en establecer, transcurran por canales constructivos.

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