Once letras, dos palabras, tres mil seiscientas veinte y cuatro repeticiones y sumando. Su cadencia ronda la perfección.

En la vida del misionero Rafael Dolores, es un día especial, pero para la mayoría de los conductores o transportistas que entran a la ciudad desde la región Sur, o desde la prolongación de la Avenida 27 de Febrero, en Santo Domingo Oeste, puede ser una hora cualquiera en el acostumbrado tapón mañanero.

Religiosamente, Don Rafael se coloca desde las 7:30 a las 8:30 a.m., en forma estratégica, para que su megáfono pueda abarcar más transeúntes.

“Yo tengo 69 años de edad y 33 cumplidos en esta misión, pero antes lo hacía a “boca pelá”, hasta que hace 17 años, vino el Todopoderoso y me facilitó esta bocina”, dice orgulloso este hombre que cada mañana, bien tempranito, se desplaza desde el municipio de Pedro Brand, hasta la zona conocida como Pinturas, en la intersección de la Avenida 27 de Febrero, con la avenida Isabel Aguiar, justo a la entrada de la ciudad capital.

Padre de seis hijos, Rafael se la ingenia para su manutención y “aunque mis muchachos son sagrados para mí, está este compromiso. Cuando por cualquier circunstancia no puedo llegar a tiempo a mi lugar de servicio, siento una profunda tristeza, porque sé que cada día, alguien necesita mi aviso de salvación”.

Rafael Dolores está consciente de que su mensaje de dos palabras, no será suficiente para tocar una “alma pecadora”. Más en estos tiempos tan difíciles que vivimos los humanos, pero, para él, su llamado “Cristo viene, Cristo viene, Cristo viene”, aporta un “granito de arena” en esta tremenda misión de salvar el mundo.

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