Un libro que coleccione artículos puede tener una unidad interna eficaz, a pesar de lo efímero de la prensa. También, puede contener un atractivo ejercicio estilístico y la descripción coherente de una parte de la realidad.
Siempre me han gustado los libros que coleccionan artículos, quizás por compilarlos, en trozos de periódicos, cuando no podía comprar libros.

Al respecto, entre mis autores nacionales, el maestro Andrés L. Mateo es referencia obligada. Recuerdo haber fijado mi interés por sus trabajos al leer una disputa que sostuvo en la prensa con don Ramón Alberto Font Bernard, a quien yo seguía en su columna sabatina del periódico Hoy. Era la época del “No toques esa tecla o te hundes”, de Balaguer a Álvarez Bogart, y con esa amenaza autoritaria como tema de fondo, se produjeron los trabajos de los autores. Para mí, desde entonces, don Andrés fue un descubrimiento agradable y permanente. Un intelectual comprometido con la actualidad y que pone a circular ideas constantemente.

Sus artículos no son meros trabajos del momento, tienen una carga de razonamiento y lecturas que ameritan un ejercicio crítico y responsable de la escritura, fijando posturas sobre temas de interés nacional, sobre la actualidad, “sobre el tiempo presente”.
Y, todo esto, contenido en formas agradables de redacción poética, palabras aladas, plásticas, elocuentes. Incluso, aunque no se coincida con el fondo de sus críticas al acontecer político nacional, sus artículos convocan a la lectura por la bella forma de redacción.

Don Andrés ha coleccionado sus trabajos en varios libros, uno de ellos bajo el título: Las palabras perdidas (Editora Colé, 2000: 312 p.).

Los artículos analizan temas culturales y políticos de acuciante actualidad, teniendo como telón de fondo argumentativo nuestra larga práctica autoritaria en el ejercicio del poder, afirmada sobre sólidos cimientos de corrupción y envilecimiento de la actividad política. Intentando siempre analizar “actos”, “prácticas”, no discursos políticos. Para el autor la palabra esconde los hechos de nuestra clase dirigente.

El libro es eso, pero es más que eso, es también un fino análisis cultural del dominicano como producto social y de la inefable “dominicanidad”. Contiene artículos dedicados a la “Inmortalidad de Balaguer”, a “La corrupción como sistema”, a Trujillo como “académico de la lengua”, así como un imperdible “Elogio del pichirrí” y un poético “Entre Oviedo y Pedernales: las mariposas”.

Don Andrés es un intelectual de ideas claras que sabe que el “lenguaje es el territorio de la libertad individual”, y lo ejerce a conciencia, lanza en ristre, contra la falta de pudor y el envilecimiento del manejo de “la cosa pública” en el país.
Tampoco rehúye el debate, y lo prefiere a corregir “erratas” los domingos. Equivocarse haciendo, y no mirar la realidad desde una distante atalaya.

Una vez me atreví a saludarlo en la librería Cuesta. Le dije del libro de su autoría y me dijo que él no lo tenía y lo andaba buscando para obsequiarlo a unos amigos cubanos. Quizás le haga una copia y cuando lo vea otra vez en la librería, si me sobrepongo a mi timidez y le saludo, se la entregue.
Ah, la vida

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