Vivimos en tiempos de tormenta. La crisis golpea severamente a los pueblos de los cinco continentes: en Oceanía, los diarios han informado sobre revueltas acaecidas en algunas islas de la Polinesia y en Asia, la televisión nos ha difundido las imágenes de una poblada en Sri Lanka que se ha lanzado a las calles y ocupado las oficinas del primer ministro hasta lograr la caída del gobierno, mientras en China, siempre renuente a la admisión de manifestaciones de protestas, cientos de ciudadanos reclamaban ante las puertas del Banco Central la devolución de sus ahorros retenidos por las entidades financieras del sistema. Europa también ha sido sacudida, con huelgas de camioneros en el Reino Unido y en España, protestas en los Países Bajos y revueltas callejeras en los barrios de la periferia de París, Francia, y en América Latina la agitación se ha expresado en Santiago, Chile; Lima, Perú; y Quito, Ecuador; en donde los movimientos indígenas han hecho tambalear a su gobierno.

La crisis sistémica que sufre el capitalismo viene desde 2008 cuando se produce la quiebra de importantes bancos hipotecarios en los Estados Unidos que arrastra tras de sí a sus homólogos en Europa y que repercute a nivel mundial, en un desplome económico que al decir de los especialistas produjo consecuencias mucho más serias y complejas que el llamado “octubre negro” del año 1929.

Para enfrentar la situación que amenazaba seriamente con la recesión económica en los Estados Unidos el gobierno de Barak Obama aplicó una política de estímulo de la economía y para ello puso en circulación millones de dólares que sirvieron no solo para el rescate de los bancos quebrados sino también para el socorro de los más necesitados y, en especial, de una clase media duramente afectada en su nivel de vida. El propio Fondo Monetario Internacional (FMI) comprendió el momento y liberó fondos en préstamos para las economías en vías de desarrollo y liberalizó sus condicionalidades.

Naturalmente, el flujo constante del numerario terminó con la amenaza de una posible inflación y cuando ya se consideraba si no superada, al menos amortiguada aquella crisis, llegó en el 2020 la COVID-19, la pandemia que clausuró las puertas de las empresas y paralizó el trabajo y las actividades comerciales a escala global, lo que impidió que los gobiernos abandonaran su política de estímulo a la economía. Hasta la Unión Europea que había mantenido una política económica restrictiva a raíz de la crisis de 2008, esta vez comprendió que para enfrentarla se necesitaban préstamos y aumentos en los flujos financieros.

Dos años después, cuando la pandemia comenzaba a aminorar y los gobiernos se disponían adoptar políticas prudentes estalló la guerra de Rusia y Ucrania que por las repercusiones que ha tenido a nivel mundial ha provocado el incremento de los precios del petróleo y la carestía de artículos esenciales para el consumo, todo lo cual ha conllevado que la inflación comenzara a golpear fuertemente las economías mundiales. Ante esta realidad los gobiernos han adoptado medidas monetarias y fiscales para tratar de moderar y controlar la inflación, no solo con el alza de las tasas de interés sino además con políticas de protección social para los más débiles y el establecimiento de sacrificios para aquellos que han salido gananciosos en la crisis.

Pero hay un pequeño país en el Caribe que marcha viento en popa y vive tan feliz y sin las agobiantes secuelas de la crisis que bien podría afirmarse que, gracias a una burbuja, ha podido navegar con éxito en este mar proceloso.

Ese país ha sido el primero del globo terráqueo que, según sus autoridades pudo superar la pandemia, y aunque nunca pudo lograr que el setenta por ciento de su población se inoculara la segunda dosis de la vacuna, los responsables de la salud derogaron todas las medidas de protección. Ese país recuperó antes que los demás el nivel de empleo que existía antes del inicio de la pandemia, así se ha dicho, aunque las estadísticas desmienten ese dato y revelan que un por ciento considerable de esa recuperación ha sido por la vía del sector informal. Ese país, y se proclamó a pleno pulmón, ha sido campeón en su producción agrícola, pero los números nos indican que el sector del agro apenas creció en un dos por ciento el pasado año y cuando se exclama que nunca se habían incrementado los salarios como ahora, un organismo internacional advierte que los trabajadores en tan solo un año han perdido el diez por ciento de su poder adquisitivo.

Dicen que el avestruz cuando ve el peligro esconde su cuello en la tierra en la creencia de que si no lo ve lo evitará. Tal parece que las autoridades de ese pequeño país caribeño tratan de imitarlo y creen que si ocultan la crisis esta no afectará a sus ciudadanos, que hoy por hoy, rumian con amargura la carestía de la vida, el alza continua en los precios de la electricidad y los demás males que les aquejan. Poco importa, eso no lo ven las autoridades, es pura percepción. La política del avestruz.

Posted in Opiniones

Más de opiniones

Más leídas de opiniones

Las Más leídas