El tiempo, sobre todo para los adultos activos, parece transcurrir más rápido, a pesar de la certidumbre de que transcurren exactamente los mismos días y semanas del calendario gregoriano; y paradójicamente algunos hechos pasados nos parecen más remotos que lo que realmente son.

Por eso a algunos les parecerá que hace mucho más de dos años que se debatía en el país sobre si podían celebrarse elecciones presidenciales y congresuales en medio de la entonces recién iniciada pandemia del covid-19, y se sorteaban escenarios que se encontraban de frente con los mandatos constitucionales que hacían comprender que no había otra salida que hacerlo como hicimos el 5 de julio de 2020, siendo las primeras elecciones celebradas en pandemia en el continente americano, y de las primeras en el mundo.

El principal desafío de unas autoridades electas en medio de los efectos de una crisis sanitaria mundial sin precedentes en décadas era el de lograr lo que parecía imposible, recuperar la actividad económica sin desviar el foco de atención principal en preservar la salud de la gente y evitar los contagios, realizando acciones a ritmo de acordeón de apertura y cierre, hasta tanto se tuviera acceso a vacunas, lo que tuvimos no solo con oportunidad, sino en cantidad y diversidad. Y el otro reto que tenían era atacar otra epidemia que localmente había ocasionado buena parte del descontento de la sociedad y decidido la salida del poder luego de dieciséis años corridos del anterior partido gobernante, la corrupción y su principal aliada la impunidad, lo que había hecho que algunos creyeran pertenecían a una casta de intocables y no solo actuaban como si estuvieran por encima de la ley, sino que entendían que no debían dar explicaciones, ni escuchar ni atender reclamos ciudadanos.

A pesar de la multiplicidad de opiniones, probablemente el consenso sea que las actuales autoridades superaron satisfactoriamente estos dos retos, el crecimiento de nuestra economía, las cifras de recuperación del turismo, y los reconocimientos internacionales por buen manejo de la crisis sanitaria con medidas que estuvieron a la vanguardia en la región y que quedó demostrado eran acertadas, y la confianza en que existe una Procuraduría General independiente, avalan esto. Ahora bien, existirán las más variopintas visiones sobre el grado de satisfacción de las distintas expectativas, las que en un país con una enorme deuda social acumulada durante años son muy extensas, las cuales las autoridades tienen el gran reto de demostrar están priorizando a pesar del nuevo enemigo que enfrentan, la inflación mundial.

El presidente Abinader ha evidenciado tener mucha conciencia sobre la rapidez del tiempo, por eso se estima que ha trabajado más allá de lo esperado, y también sobre el poder del sentir ciudadano, y por eso ha preferido soportar las críticas de la oposición o de algunos opinadores por recular una decisión, que desoír reclamos, logrando así haber apagado muchos conatos de fuegos.

En la mitad que le falta, este gobierno tiene el desafío de lograr impulsar y concluir proyectos al tiempo de intentar mantener la inflación bajo control, mantener la sintonía con la ciudadanía sin permitir que esto le impida tomar decisiones necesarias de forma oportuna por temor a causar descontento, de comprender las áreas que carecen de la debida gestión y hacer los cambios necesarios, intentando salir lo más ileso posible de la lucha contra los demonios internos que resienten el cambio de una vieja política a la que la mayoría de la militancia de los partidos estaba acostumbrada.

El tiempo parecerá transcurrir más rápido en esta segunda mitad y sobre todo a medida que se sumen nuevos corredores a la pista, y tener claras reglas de juego y límites razonables de costos de campañas será indispensable para mantener a raya los tentáculos de la corrupción y los lodos del dinero sucio, y para evitar que la competencia electoral no haga que las decisiones y acciones de las autoridades corran el riesgo de estar guiadas por conveniencias políticas, que por la racionalidad.

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