La aceptación -posible o ya- del General (retirado) Ramiro Matos González, como miembro de número de la Academia de la Historia Dominicana y la reacción ética-crítica y coherente de la historiadora Mu-kien Adriana Sang Ben y de otros intelectuales miembros de dicha institución que tiene como objetivos, entre otros, la divulgación de estudios críticos y rigurosos sobre los hechos y procesos socio-históricos que constituyen la memoria histórica colectiva del pueblo dominicano y que ponen en perspectiva -académica-cultural y educativa- la importancia de edificar, con apego a la verdad, así sea relativa, sobre los acontecimientos fácticos-históricos que le dan especificidad o explicación histórica, étnica, cultural y geográfica a la sociedad dominicana, aún sigue pendiente de la creación oficial de una Comisión de la Verdad que ausculte, libre, y hasta donde fuere posible, de sesgo político-ideológico, pero, sobre todo, de intento de manipulación o tergiversación sobre nuestro pasado -remoto o contemporáneo- prevaleciendo y garantizando el sentido crítico y exhaustivo

Esa falencia institucional -que no es inocente- es la razón fundamental de que muchos hechos históricos, en nuestro país, aún permanezcan bajo la losa fría cómplice de un pasado, remoto y no tanto, que demanda claridad y dejar sentado el cómo, por qué y los actores sociales y políticos, directos e indirectos, que jugaron papeles fácticos o protagónicos en su materialización o ejecución. Ello así, porque la historia no puede ser un instrumento o patente de corso para perpetuar o purgar olvidos; o peor aún, legalizar o; de alguna forma y bajo el prisma de “aportes”, eximir de responsabilidades a figuras públicas o privadas obviando su participación activa y directa en hechos que ameritan exhaustiva investigación histórica que podrían, ética y moralmente, descalificados para ingresar a una determinada institución o academia cuyo estandarte y razón de ser es, precisamente, investigar y divulgar la verdad histórica.

Porque una cosa es que, en una academia de la historia, convivan, eclécticamente, varias escuelas del pensamiento o paradigmas ideológicos-epistemológicos sobre el enfoque y abordaje de los hechos históricos; y otra cosa, inaceptable, es que la duda o la confesión pública se conviertan en irrefutables objeciones, como en el caso de marras y de otros “historiadores” trujillistas-balagueristas de tomo y lomo que jugaron o ejercieron de amanuenses o actores políticos compromisarios de la dictadura y su continuación ilustrada-represiva -1966-78-.

En fin, no se trata de descalificar a nadie sino de descifrar, en algunos, el interés de ver y concebir la historia -y contarla-, como escribió Saramago, a razón de que “el pasado es un inmenso pedregal que a muchos les gustaría recorrer como si de una autopista se tratara, mientras otros, pacientemente, van de piedra en piedra, y las levantan, porque necesitan saber qué hay debajo de ellas. A veces les salen alacranes o escolopendras, pero no es imposible que, al menos una vez, aparezca un elefante(…)”.

¡Y ya muchos, en nuestro país, la han recorrido así: impune y rentablemente! ¿O no?

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