La foresta y todos sus recursos son atacados criminalmente en estos tiempos de pandemia y de fragilidad política, con el riesgo de causar daños mayores para el porvenir que los que pueden causar la corrupción, la crisis sanitaria y otros males que merman aceleradamente las posibilidades de sobrevivir como nación.
En el país se ha desarrollado una especie línea de destrucción de los recursos naturales, económicos y sociales, conducida por desaprensivos que poco les importa que se sequen los ríos, que la flora y la fauna sean cosa del pasado y, menos aún, lo que pueda afectar a las generaciones futuras.

Si no paran ahora la tala e incendio de bosques en las cordilleras Central, Septentrional y Meridional, en pocos años los ríos, arroyos y manantiales no correrán alegres por los causes y las especies que ellos habitan perecerán irremediablemente.

Esas personas, amparadas muchas veces por políticos dañinos, autoridades corruptas y la falta de voluntad ciudadana, nos están legando un país de muertos, sin agua, sin alimento y sin derecho a reclamos, porque no es preocupación como en otras naciones.

Aunque la política lo ahoga todo y ahora la llegada de la pandemia nos ocupa más, las autoridades de Medio Ambiente deben pasar revista a la situación, frenar de golpe a los depredadores y a los inspectores que cobran como botellas del Estado, para que cumplan, al menos, con esa responsabilidad.

Parece que a nadie le duele lo que pasa y solo hay preocupación por estar en el poder en la jugosa ubre de la vaca, sin pensar que hasta esa leche puede secarse si destruimos la naturaleza, ese regalo del divino creador para proteger la vida.

No hay que señalar por nombres y apellidos, solo basta la preocupación de las autoridades y las informaciones sobre los depredadores criminales llegan por si solas con la suficiente valoración para ponerlos en causa y condenarlos. ¿Dónde están las autoridades medioambientales?

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